14 de Agosto
¡Sólo con Su Gracia!
Por Riqui Ricón*
¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No escuchó la voz, ni recibió la corrección; no confió en Jehová, no se acercó a su Dios (Sof 3.1-2).
Aunque a veces nos cuesta trabajo comprenderlo, sobre todo después de haber conocido y creído el Amor de Dios, la Biblia es muy clara en cuanto a que existe una sentencia de parte de Dios sobre este mundo y sobre el ser humano; una sentencia que sin lugar a dudas se va a cumplir.
Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación (Ex 34.6-7).
Ciertamente Dios, tu Padre, es clemente, misericordioso y perdonador, pero también es justo y de ningún modo tendrá por inocente al malvado.
Pero eres terco y no quieres cambiar, y así estás acumulando la ira de Dios. El castigo te llegará el día en que Dios muestre toda su ira. Ese mismo día, Dios mostrará que juzga correctamente y con justicia. Dios pagará a cada uno según lo que haya hecho. Hay algunos que son constantes en hacer el bien. Buscan de Dios la grandeza, el honor y una vida que no puede ser destruida. A ellos Dios les dará vida eterna. Hay otros que son egoístas, se niegan a seguir la verdad y han decidido seguir la injusticia. Dios los castigará con toda su ira. Castigará con grandes sufrimientos a todos y cada uno de los que hacen lo malo, tanto a los judíos como a los que no son judíos. Por el contrario, a todos los que hacen el bien Dios les dará grandeza, honor y paz, sean judíos o no. Dios juzga a todos por igual y sin favoritismos (Ro 2.5-11 PDT).
Así que, nos guste o no, hay un plazo y está establecido un tiempo en que Dios juzgará con justo juicio a los seres humanos. Sin embargo, ni tú ni yo tenemos nada que temer de ese día, pues de acuerdo a la Palabra de Dios, ese día será también un día de alegría y de victoria, para todos aquellos que son Hijos de Dios Nacidos de Nuevo por medio de Jesucristo.
Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y también el mar. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde la presencia de Dios, como una novia hermosamente vestida para su esposo. Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más» (Apo 21.1-4 NTV).
¡Estas son muy buenas noticias! Mientras al sistema corrupto de este mundo y a todos aquellos que insisten en la maldad les espera una terrible condena, tu Padre celestial ha preparado para ti un cielo nuevo y una tierra nueva donde no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor.
No te escribo esto para que te alegres ni te entristezcas por el horrendo destino que le espera a alguien que por causa de su obstinado corazón persistió en rechazar a Dios; más bien te escribo esto para que adquieras conciencia del inmenso Amor que Dios siente por ti, pues al final de cuentas, tú no merecías ser librado(a) del castigo eterno.
El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo (Jn 1.29-30).
¡Jesucristo es el Cordero de Dios que QUITÓ el pecado de tu Vida!
La sangre que Cristo derramó en su muerte pagó el rescate para librarnos del pecado. Es decir, que Dios es tan generoso que perdona nuestras faltas (Efe 1.7 PDT).
Con Su muerte, Jesús cumplió toda justicia pagando el justo castigo que merecían todas tus transgresiones. Pero fue con Su resurrección que venció a la muerte y pudo adoptarte como Hijo(a) Suyo(a) según el puro afecto de su voluntad (Efe 1.5) y hacerte partícipe de la Vida Eterna que es un privilegio exclusivo de los Hijos de Dios.
ANTES USTEDES ESTABAN bajo la maldición de Dios, condenados eternamente por sus delitos y pecados. Según la corriente de este mundo, eran pecadores empedernidos, y como tales, obedecían los dictados de Satanás, príncipe del imperio del aire, quien ahora mismo está operando en el corazón de los que se rebelan contra el Señor. Nosotros mismos éramos así; nuestras vidas expresaban la maldad que había en nosotros, y nos entregábamos a las perversidades a que nuestras pasiones y malos pensamientos nos empujaban. Era un mal de nacimiento, pues nacimos con una naturaleza perversa que nos mantenía bajo la ira de Dios como a los demás. Pero Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto que, aunque estábamos espiritualmente muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó con Cristo —sólo por su gracia infinitiva somos salvos—. Además, nos elevó con Cristo de la tumba a la gloria y nos hizo sentar con El en los cielos. Ahora Dios puede, en cualquier época, poner como ejemplo de su gracia infinita la obra que en su bondad realizó en nosotros a través de Jesucristo. Es por su gracia mediante la fe en Cristo que son ustedes salvos, y no por nada que hayan hecho. La salvación es un don de Dios y no se obtiene haciendo el bien, porque si así fuera tendríamos de qué gloriarnos. Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para realizar las buenas obras que de antemano dispuso que realizáramos. Nunca olviden que antes eran paganos, y que los judíos los tenían por infieles e inmundos (aunque tienen el corazón tan inmundo como el de ustedes, pues el valor de los rituales y ceremonias que practican es externo). Recuerden que en aquellos días ustedes vivían alejadísimos de Cristo, excluidos de la ciudadanía del pueblo de Dios, y no habían recibido la promesa. Estaban perdidos, sin Dios y sin esperanza. Pero ahora pertenecen a Jesucristo; aunque antes andaban alejados de Dios, la sangre de Jesucristo los acercó a El (Efe 2.1-13 BAD).
¡Y todo por Amor a ti!
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Jn 3.16-17).
¡Dios te ama tanto que prefirió entregar a Su propio Hijo antes que perderte a ti!
MIREN CUÁNTO NOS ama el Padre celestial que permite que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo mas maravilloso es que de veras lo somos! Naturalmente, como la mayoría de la gente no conoce a Dios, no comprende por qué lo somos (1 Jn 3.1 BAD).
Por este gran Amor, Dios mismo ahora te llama Su Hijo(a) y te ha dado el don, el regalo, de la Vida Eterna. ¡Tú Vivirás por Siempre! Y esto es algo que el mundo nada más NO puede comprender.
»Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. Ama al SEÑOR tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida, y por él vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob.» (Deu 30.19-20 NVI).
Dios lo planeó de esta forma. Él lo estableció así. Tanto las palabras de maldición como la Bendición que encuentras en la Biblia, ambas son Palabra de Dios y se van a cumplir al pie de la letra. Sin embargo, el anhelo, la voluntad expresa de tu Padre siempre ha sido que tú vivas bajo La Bendición.
En ese día ya no hará falta que sean avergonzados, porque dejarán de rebelarse contra mí. Quitaré al orgulloso y al arrogante de entre ustedes; no habrá más altivez en mi monte santo. Quedarán sólo los sencillos y los humildes porque son ellos quienes confían en el nombre del SEÑOR. Los del remanente de Israel no harán nada malo; nunca mentirán ni se engañarán unos a otros. Comerán y dormirán seguros, sin que nadie los atemorice». ¡Canta, oh hija de Sión; grita fuerte, oh Israel! ¡Alégrate y gózate con todo tu corazón, oh hija de Jerusalén! Pues el SEÑOR quitará su mano de juicio y dispersará a los ejércitos de tus enemigos. ¡El SEÑOR mismo, el Rey de Israel, vivirá en medio de ti! Por fin, se habrán terminado tus aflicciones y nunca jamás temerás el desastre. En ese día, la proclama en Jerusalén será: «¡Ánimo Sión! ¡No temas! Pues el SEÑOR tu Dios vive en medio de ti. Él es un poderoso salvador. Se deleitará en ti con alegría. Con su amor calmará todos tus temores. Se gozará por ti con cantos de alegría». «Reuniré a los que añoran los festivales establecidos; nunca más serán avergonzados. Sin embargo, trataré con severidad a quienes te oprimieron. Salvaré al débil y al indefenso; reuniré a los que fueron expulsados. Daré gloria y renombre a los que fueron desterrados dondequiera que hayan sido ridiculizados y avergonzados. En ese día los reuniré y los traeré de regreso a casa. Les daré un buen nombre, un nombre distinguido entre todas las naciones de la tierra, cuando, ante sus propios ojos, restauraré tu bienestar. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado!» (Sof 3.11-20 NTV).
Como ya habrás notado, el secreto está en confiar en Dios.
Jehová de los ejércitos, Dichoso el hombre que en ti confía (Sal 84.12).
Confiar en Dios significa creerle a Dios; significa creer a Su Palabra.
Así que, como puedes ver, la única forma de librarte del juicio de Dios y del castigo eterno es amparándote bajo Su Amor y Su Gracia infinitos.
Oremos en voz audible:
Amado Padre celestial, en Verdad que es hermoso saberme tan amado(a) por Ti, mi Dios. Gracias por tanto y tan grande Amor. Este día (y todos los días de mi vida) lo quiero vivir bajo Tu Gracia infinita sabiéndome perdonado(a) de todos mis pecados. Creo y recibo esta Nueva Vida que Tú, Jesucristo, compraste para mí al morir y resucitar venciendo a la muerte. Yo estoy en Cristo y soy una Nueva creatura, las cosas viejas pasaron y he aquí que todas son hechas nuevas. Soy un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo y no de una simiente que se pueda corromper, sino de la incorruptible semilla que es Tu Palabra, Señor, que vive y permanece para siempre. Así, Tú has quitado el orgullo y la arrogancia de mi vida; ya no hay más altivez de mi parte en Tu Presencia. Me has hecho sencillo(a) y humilde, y ahora confío plenamente en el nombre del SEÑOR. Ya no haré nada malo; nunca mentiré ni engañaré a nadie más. Comeré y dormiré seguro(a), sin que nadie me atemorice. ¡Hoy canto y grito fuertemente! ¡Me alegro y me gozo con todo mi corazón! Pues Tú, mi Padre, has quitado Tu mano de juicio y dispersarás a los ejércitos de mis enemigos. ¡El SEÑOR mismo, el Rey de Israel, vive en medio de mí! Por fin, se habrán terminado mis aflicciones y nunca jamás temeré el desastre. En este día, yo proclamo: «¡Ánimo ________ (tu nombre aquí)! ¡No temas! Pues el SEÑOR mi Dios vive en medio de mí. Tú, Jesús, eres un poderoso salvador y te deleitas en mí con alegría. Con Tu amor calmas todos mis temores y te gozas por mí con cantos de alegría. ¡Nunca más seré avergonzado(a)! Y aunque tratarás con severidad a quienes me oprimieron, Tú, mi Dios, me salvarás. Me darás gloria y renombre dondequiera que yo haya sido ridiculizado(a) y avergonzado(a). En este día me reunirás y me traerás de regreso a casa, contigo Señor. Me darás un buen nombre, un nombre distinguido entre todas las naciones de la tierra, cuando, ante mis propios ojos, restaures mi bienestar. ¡Tú, el SEÑOR, lo has hablado y decretado en Tu Palabra, la Biblia! Así que, soy libre para recibir, por medio de la fe en Tu Palabra, el cumplimiento en mi Vida de todas y cada una de Tus Promesas. Por lo tanto, amado Padre celestial, todas y cada una de las Promesas que están en Tu Palabra son mías y para mí. Hoy puedo orar a Ti con la certeza de que me escuchas y me respondes. Tengo gozo y paz en mi corazón pues puedo pedir y recibir. Por lo tanto, en el nombre poderoso de Cristo Jesús, declaró que soy sano(a) y libre de toda enfermedad o dolencia; creo y recibo la voluntad expresa de mi Padre, Dios Todopoderoso, para ser y vivir prosperado(a) en todas las cosas. Echo fuera de mi vida todo pensamiento de temor y duda resistiendo todo engaño y mentira acerca de mí. Yo soy lo que Tú, Dios Todopoderoso, dices en la Biblia que soy: Tu Hijo(a) amado(a); especial tesoro de mi Padre; yo soy quien todo lo puedo en Cristo que me fortalece y en todas las cosas, absolutamente en todas las cosas, soy más que vencedor(a) por medio del Amor de Cristo Jesús, mi Rey, Señor y Salvador. Amén.
Nota Importante:
¿Cómo me hago Hijo de Dios? ¿Cómo establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la siguiente oración en voz audible poniendo toda tu atención y corazón a lo que le estás diciendo a Dios:
Señor Jesús, yo creo que eres el Hijo de Dios. Que viniste a este mundo de la virgen María para pagar todos mis pecados, y yo he sido un(a) pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí acepto. ¡Sí acepto tu sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa derramada hasta la última gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y te invito a entrar porque quiero, Señor Jesús, que desde hoy y para siempre Tú seas mi único y suficiente Salvador, mi Dios, mi Rey y mi Señor. Gracias, Dios Poderoso, pues con esta simple oración y profesión de fe he pasado de muerte a Vida, he sido trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido de Nuevo! ¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más estaré solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C. Peredo Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Septiembre
4 Jn
10.22-42 / 2 Cr 9 / Sal
74
San
Juan 10.22-42
Los judíos rechazan a Jesús
22Celebrábase en
Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno, 23y Jesús
andaba en el templo por el pórtico de Salomón. 24Y le rodearon los
judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo,
dínoslo abiertamente. 25Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no
creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de
mí; 26pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como
os he dicho. 27Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me
siguen, 28y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie
las arrebatará de mi mano. 29Mi Padre que me las dio, es mayor que
todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. 30Yo y
el Padre uno somos.
31Entonces los
judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. 32Jesús les
respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas
me apedreáis? 33Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena
obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú,
siendo hombre, te haces Dios. 34Jesús les respondió: ¿No está
escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? 35Si
llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios(y la Escritura no
puede ser quebrantada), 36¿al que el Padre santificó y envió al
mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? 37Si
no hago las obras de mi Padre, no me creáis. 38Mas si las hago,
aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el
Padre está en mí, y yo en el Padre. 39Procuraron otra vez
prenderle, pero él se escapó de sus manos.
40Y se fue de
nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando
Juan;
y se quedó allí. 41Y muchos venían a él, y decían: Juan, a la
verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era verdad.
42Y muchos creyeron en él allí.
2
Crónicas 9
La reina de Sabá visita a
Salomón
(1 R. 10.1–13)
9
1Oyendo la reina
de Sabá
la fama de Salomón, vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos
cargados de especias aromáticas, oro en abundancia, y piedras preciosas, para
probar a Salomón con preguntas difíciles. Y luego que vino a Salomón, habló con
él todo lo que en su corazón tenía. 2Pero Salomón le respondió a
todas sus preguntas, y nada hubo que Salomón no le contestase. 3Y
viendo la reina de Sabá la sabiduría de Salomón, y la casa que había
edificado, 4y las viandas de su mesa, las habitaciones de sus
oficiales, el estado de sus criados y los vestidos de ellos, sus maestresalas y
sus vestidos, y la escalinata por donde subía a la casa de Jehová, se quedó
asombrada.
5Y dijo al rey:
Verdad es lo que había oído en mi tierra acerca de tus cosas y de tu sabiduría;
6pero yo no creía las palabras de ellos, hasta que he venido, y mis ojos
han visto; y he aquí que ni aun la mitad de la grandeza de tu sabiduría me
había sido dicha; porque tú superas la fama que yo había oído. 7Bienaventurados
tus hombres, y dichosos estos siervos tuyos que están siempre delante de ti, y
oyen tu sabiduría. 8Bendito sea Jehová tu Dios, el cual se ha
agradado de ti para ponerte sobre su trono como rey para Jehová tu Dios; por
cuanto tu Dios amó a Israel para afirmarlo perpetuamente, por eso te ha puesto
por rey sobre ellos, para que hagas juicio y justicia. 9Y dio al
rey ciento veinte talentos de oro, y gran cantidad de especias aromáticas, y
piedras preciosas; nunca hubo tales especias aromáticas como las que dio la
reina de Sabá al rey Salomón.
10También los
siervos de Hiram y los siervos de Salomón, que habían traído el oro de Ofir,
trajeron madera de sándalo, y piedras preciosas. 11Y de la madera
de sándalo el rey hizo gradas en la casa de Jehová y en las casas reales, y
arpas y salterios para los cantores; nunca en la tierra de Judá se había visto
madera semejante.
12Y el rey
Salomón dio a la reina de Sabá todo lo que ella quiso y le pidió, más de lo que
ella había traído al rey. Después ella se volvió y se fue a su tierra con sus
siervos.
Riquezas y fama de Salomón
(1 R. 10.14–29; 2 Cr. 1.14–17)
13El peso del oro
que venía a Salomón cada año, era seiscientos sesenta y seis talentos de oro,
14sin lo que traían los mercaderes y negociantes; también todos los
reyes de Arabia y los gobernadores de la tierra traían oro y plata a Salomón.
15Hizo también el rey Salomón doscientos paveses de oro batido, cada uno
de los cuales tenía seiscientos siclos de oro labrado; 16asimismo
trescientos escudos de oro batido, teniendo cada escudo trescientos siclos de
oro; y los puso el rey en la casa del bosque del Líbano. 17Hizo
además el rey un gran trono de marfil, y lo cubrió de oro puro. 18El
trono tenía seis gradas, y un estrado de oro fijado al trono, y brazos a uno y
otro lado del asiento, y dos leones que estaban junto a los brazos. 19Había
también allí doce leones sobre las seis gradas, a uno y otro lado. Jamás fue
hecho trono semejante en reino alguno. 20Toda la vajilla del rey
Salomón era de oro, y toda la vajilla de la casa del bosque del Líbano, de oro
puro. En los días de Salomón la plata no era apreciada. 21Porque
la flota del rey iba a Tarsis con los siervos de Hiram, y cada tres años solían
venir las naves de Tarsis, y traían oro, plata, marfil, monos y pavos reales.
22Y excedió el
rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riqueza y en sabiduría. 23Y
todos los reyes de la tierra procuraban ver el rostro de Salomón, para oír la
sabiduría que Dios le había dado. 24Cada uno de éstos traía su
presente, alhajas de plata, alhajas de oro, vestidos, armas, perfumes, caballos
y mulos, todos los años. 25Tuvo también Salomón cuatro mil
caballerizas para sus caballos y carros, y doce mil jinetes,
los cuales puso en las ciudades de los carros, y con el rey en Jerusalén.
26Y tuvo dominio sobre todos los reyes desde el Eufrates hasta la tierra
de los filisteos, y hasta la frontera de Egipto. 27Y
acumuló el rey plata en Jerusalén como piedras, y cedros como
los cabrahigos de la Sefela en abundancia. 28Traían también
caballos para Salomón, de Egipto y de todos los países.
Muerte de Salomón
(1 R. 11.41–43)
29Los demás
hechos de Salomón, primeros y postreros, ¿no están todos escritos en los libros
del profeta Natán, en la profecía de Ahías silonita, y en la profecía del
vidente Iddo contra Jeroboam hijo de Nabat? 30Reinó Salomón en
Jerusalén sobre todo Israel cuarenta años. 31Y durmió Salomón con
sus padres, y lo sepultaron en la ciudad de David su padre; y reinó en su lugar
Roboam su hijo.
Salmo 74
Apelación a Dios en contra del
enemigo
Masquil de Asaf.
1 ¿Por qué,
oh Dios, nos has desechado para siempre?
¿Por qué se
ha encendido tu furor contra las ovejas de tu prado?
2 Acuérdate
de tu congregación, la que adquiriste desde tiempos antiguos,
La que
redimiste para hacerla la tribu de tu herencia;
Este monte
de Sion, donde has habitado.
3 Dirige tus
pasos a los asolamientos eternos,
A todo el mal que el enemigo
ha hecho en el santuario.
4 Tus enemigos
vociferan en medio de tus asambleas;
Han puesto
sus divisas por señales.
5 Se parecen
a los que levantan
El hacha en
medio de tupido bosque.
6 Y ahora con
hachas y martillos
Han quebrado
todas sus entalladuras.
7 Han puesto
a fuego tu santuario,
Han
profanado el tabernáculo de tu nombre, echándolo a tierra.
8 Dijeron en
su corazón: Destruyámoslos de una vez;
Han quemado todas las
sinagogas de Dios en la tierra.
9 No vemos ya
nuestras señales;
No hay más
profeta,
Ni entre
nosotros hay quien sepa hasta cuándo.
10 ¿Hasta
cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador?
¿Ha de
blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre?
11 ¿Por qué
retraes tu mano?
¿Por qué escondes tu diestra
en tu seno?
12 Pero Dios
es mi rey desde tiempo antiguo;
El que obra
salvación en medio de la tierra.
13 Dividiste
el mar con tu poder;
Quebrantaste
cabezas de monstruos en las aguas.
14 Magullaste
las cabezas del leviatán,
Y lo diste
por comida a los moradores del desierto.
15 Abriste la
fuente y el río;
Secaste ríos
impetuosos.
16 Tuyo es el
día, tuya también es la noche;
Tú
estableciste la luna y el sol.
17 Tú fijaste
todos los términos de la tierra;
El verano y el invierno tú los
formaste.
18 Acuérdate
de esto: que el enemigo ha afrentado a Jehová,
Y pueblo
insensato ha blasfemado tu nombre.
19 No
entregues a las fieras el alma de tu tórtola,
Y no olvides para siempre la
congregación de tus afligidos.
20 Mira al
pacto,
Porque los
lugares tenebrosos de la tierra están llenos de habitaciones de violencia.
21 No vuelva
avergonzado el abatido;
El afligido y el menesteroso
alabarán tu nombre.
22 Levántate,
oh Dios, aboga tu causa;
Acuérdate de
cómo el insensato te injuria cada día.
23 No olvides
las voces de tus enemigos;
El alboroto
de los que se levantan contra ti sube continuamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué piensas al respecto?