¡En Su Presencia!
Por Riqui Ricón*
Como el ciervo brama por las corrientes
de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el
alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo
vendré, y me presentaré delante de Dios? (Sal 42. 1-2).
En el corazón de cada creyente, de cada Hijo(a) de Dios
Nacido(a) de Nuevo, existe un clamor, un reclamo, que fluye de la profunda
necesidad que tenemos de la Presencia de nuestro Dios y Padre. No sólo en
momentos de apremiante necesidad, sino en cualquier momento, desearías poder
reducir la velocidad de los acontecimientos que te rodean para acallar tu alma
y disfrutar la delicia de la comunión con Aquel que te ama tanto que dio Su
propia vida por amor a ti: Cristo Jesús.
Lamentablemente, muchos creyentes dejan de lado su
identidad como Hijos de Dios Nacidos de Nuevo y acuden delante de Su Padre
mayormente para pedir ayuda en los momentos de necesidad. Desconociendo mucho
de Su Amor, Poder y Fidelidad se olvidan que Aquel que da de comer a las aves y
viste a los lirios del campo, prometió cuidar de Sus Hijos.
Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y
mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que
habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas
buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de
estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas
(Luc
12. 28-31).
En este día es muy importante que comprendas que el reino
de Dios no es un lugar físico, ni consiste en comida o bebida, sino que el
reino de Dios es un sistema de gobierno que se rige bajo las leyes de la fe y
del Amor que Dios mismo estableció en Su Palabra, la Biblia.
Al salir él para seguir su camino, vino
uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno,
¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús
le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno,
Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso
testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre. El entonces,
respondiendo, le dijo:
Maestro, todo esto
lo he guardado
desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándole, le amó,
y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los
pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz (Mar 10.17-21).
¡Dios es bueno! Lo único
que pide de ti es que permanezcas en Su Palabra, creyéndole a Él. Que te
mantengas firme en creer lo que Dios dice acerca de quién ahora tú eres. Tú ya no eres más una creatura, ni hombre o
mujer de poca fe; ahora, por Cristo Jesús, por Su Sangre preciosa derramada
hasta la última gota en esa cruz por amor a ti, eres un(a) Hijo(a) de Dios
Nacido(a) de Nuevo, amado(a) y adquirido(a) para Dios al precio más alto que se
pueda pagar.
Tú fuiste comprado(a) al único precio que, una vez saldado,
puede establecerte con TODA JUSTICIA como un(a) Hijo(a) legítimo(a) de Dios.
Ese precio fue la muerte y resurrección de Su propio Hijo, Jesús.
El que
no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no
nos dará también con él todas las cosas? (Ro 8. 32).
Tú comienzas a establecer el reino de Dios cuando crees Su
Palabra, primeramente en tu vida al hacer de la Biblia la norma máxima de tu
vida poniéndola en tu boca, mente y corazón; ésta, la Palabra de Dios, que no
miente, produce un cambio en tu forma de pensar renovando tu mente y llenándote
de fe.
Ahora, te das cuenta que, de acuerdo a Su Palabra, eres
un(a) ciudadano(a) del Reino. Te das cuenta que en verdad, literalmente, eres
un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo y, por lo tanto, no existe problema,
enfermedad, situación, ni condición alguna que te pueda separar del Amor de
Dios, que es en Cristo Jesús, tu Señor y Salvador. Esto te hace,
necesariamente, más que vencedor(a) en todas las cosas.
¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te
turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y
Dios mío (Sal 42. 5).
Esperar en Dios no significa resignarse con la esperanza de
que Él, si quiere, haga algo a tu favor. ¡No! Esperar en Dios significa ser
constante y persistente para recibir lo que Él te ha prometido. Significa tener
tal conocimiento de Su Persona que puedes permanecer en Su Presencia en
tranquila adoración, teniendo la certeza de lo que estás esperando y la
convicción de que aquello que aún no ves se materializara, pues Él te lo ha
prometido y tu Padre jamás faltará a Su Palabra.
¿Qué tuviste, oh mar, que huiste? ¿Y
tú, oh Jordán, que te volviste atrás? Oh montes, ¿por qué saltasteis como
carneros, Y vosotros, collados, como corderitos? A la presencia de Jehová
tiembla la tierra, A la presencia del Dios de Jacob, El cual cambió la peña en
estanque de aguas, Y en fuente de aguas la roca (Sal 114.5-8).
De hecho, la Biblia declara que, por la Sangre del Nuevo
Pacto, tú has sido totalmente renovado(a) y el Espíritu Santo, Dios mismo,
ahora está en ti y contigo. Así es, Su
Amorosa y Formidable Presencia está en ti y contigo, por lo tanto, puedes tener
la certeza (y la paz, que sobrepasa todo entendimiento), que esos problemas,
enfermedades o aflicciones que enfrentas el día de hoy, están temblando y
huyendo a
la Presencia del Dios de Jacob, el cual cambia tu lamento en baile y te ciñe toda(o) de
alegría (Sal 30.11).
Así que, no pongas tu atención a lo difícil de tu
situación, ni en tus emociones o sentimientos al respecto. Atiende a la Palabra
de Dios, disfruta Su Presencia y comienza alabar y adorarle. Resiste al diablo
y sus mentiras y no te permitas estar en ansiosa inquietud. Eres un(a) Hijo(a)
del Rey y puedes esperar constante y persistentemente en Su Palabra, pues
primero el cielo y la tierra dejarán de existir, antes que Dios, tu Padre, deje
de cumplirte Su Palabra.
Oremos
en voz audible:
Amado Padre celestial, en este día quiero alabarte y
adorarte más que nunca. Eres mi Padre, mi amigo, mi Dios, mi Rey, Señor y
Salvador. Sin Ti no vivo. Gracias por lo que has hecho por mí y en mí. ¡Soy
Nueva creación! Gracias Jesús por Tu Sangre preciosa que me ha lavado y
limpiado de toda mi maldad y hoy soy justo(a)
santo(a) y perfecto(a) por lo que Tú hiciste por mí en esa cruz. ¡Te amo,
Jesús! En Tu nombre resisto al espíritu de temor y duda. Sé, que sé, que en
todas las cosas soy más que vencedor por medio de Tu Amor, que estás en mí y
conmigo. Hoy le digo a mis circunstancias que Tú estás conmigo y si Dios es
conmigo ¿quién contra mí? ¡Soy sano(a)! ¡Soy libre! ¡Soy próspero(a)! ¡Soy dichoso(a)!
¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece! En Tu Presencia
Señor yo tengo plenitud de gozo. En el nombre de Jesús. Amén.
Nota Importante:
¿Cómo
me hago Hijo de Dios? ¿Cómo establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo
haz la siguiente oración en voz audible poniendo toda tu atención y corazón a
lo que le estás diciendo a Dios:
Señor
Jesús, yo creo que eres el Hijo de Dios. Que viniste a este mundo de la virgen
María para pagar todos mis pecados, y yo he sido un(a) pecador(a). Por eso, te
digo el día de hoy que sí acepto. ¡Sí acepto tu sacrificio en la cruz! ¡Sí
acepto Tu Sangre preciosa derramada hasta la última gota por Amor a mí! Te abro
mi corazón y te invito a entrar porque quiero, Señor Jesús, que desde hoy y
para siempre Tú seas mi único y suficiente Salvador, mi Dios, mi Rey y mi
Señor. Gracias, Dios Poderoso, pues con esta simple oración y profesión de fe
he pasado de muerte a Vida, he sido trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz
admirable. ¡Hoy he Nacido de Nuevo! ¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú
eres mi Padre! ¡Nunca más estaré solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el
nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C. Peredo
Jaime © 2011
Tres Recomendaciones:
Lo que acabas de suceder al reconocer a Jesucristo como el Señor y
Salvador de tu vida, de acuerdo con La Palabra de Dios, es que has Nacido de
Nuevo, ya no más como un ser humano común y corriente, sujeto a la ley del
pecado y de la muerte, sino que ahora eres un(a) legítimo(a) y auténtico(a)
Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo, exactamente igual a Jesucristo, quien ahora
es tu Hermano Mayor. Por lo tanto, te hago estas tres importantísimas
recomendaciones:
1.
Orar. Orar es platicar con Dios.
Así que, búscate un lugar tranquilo donde puedas comenzar a platicar todas tus
cosas con Él. Hazlo de forma audible y notarás como Dios siempre responderá a
tu corazón.
2.
Leer y meditar la Palabra de Dios.
La Biblia es La Palabra de Dios, así que, consigue una Biblia y comienza a
leerla y meditarla. ¿Cómo empezar? Es muy sencillo. Dependiendo del día que sea
hoy, busca en el programa de lectura “La Biblia en un año” y realiza las
lecturas correspondientes. Este programa lo puedes obtener en: A
Través de La Biblia En Un Ano (palabradehonor.org) Notarás que el programa está
arreglado para imprimirlo como un cuadernillo.
3.
En oración con Dios, tu Padre,
busca y únete a una iglesia o congregación cristiana donde enseñen la Palabra
de Dios en base a las Buenas Noticias que son el Evangelio de Jesucristo.
*Ricardo C. Peredo Jaime © 2020
Lectura y Meditación
de la Palabra de Dios
Haz estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la
Biblia.
Mayo 13 Hch 21. 1-36 / Jue
16 / Sal 42
RV60
Lectura y Meditación
de la Palabra de Dios
Haz estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la
Biblia.
Mayo 13 Hch 21. 1-36 / Jue
16 / Sal 42
Lectura y Meditación
de la Palabra de Dios
Haz estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la
Biblia.
Mayo 13 Hch 21. 1-36 / Jue
16 / Sal 42
Hechos 21. 1-36
Viaje de Pablo a Jerusalén
21
1Después
de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día
siguiente a Rodas, y de allí a Pátara. 2Y hallando un barco que
pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos. 3Al avistar Chipre,
dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el
barco había de descargar allí. 4Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete
días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén. 5Cumplidos
aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta
fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos. 6Y
abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas.
7Y nosotros completamos la
navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los
hermanos, nos quedamos con ellos un día. 8Al otro día, saliendo
Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de
Felipea el evangelista,
que era uno de los siete, posamos con él. 9Este tenía cuatro hijas doncellas
que profetizaban. 10Y permaneciendo nosotros allí algunos días,
descendió de Judea un profeta llamado Agabo,b
11quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose
los pies y las manos, dijo: Esto
dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es
este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles. 12Al oír esto,
le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. 13Entonces
Pablo respondió: ¿Qué
hacéis
llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser
atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. 14Y
como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del
Señor.
15Después de esos días, hechos ya
los preparativos, subimos a Jerusalén. 16Y vinieron también con
nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado
Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.
21
1Después
de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día
siguiente a Rodas, y de allí a Pátara. 2Y hallando un barco que
pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos. 3Al avistar Chipre,
dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el
barco había de descargar allí. 4Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete
días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén. 5Cumplidos
aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta
fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos. 6Y
abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas.
7Y nosotros completamos la
navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los
hermanos, nos quedamos con ellos un día. 8Al otro día, saliendo
Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de
Felipea el evangelista,
que era uno de los siete, posamos con él. 9Este tenía cuatro hijas doncellas
que profetizaban. 10Y permaneciendo nosotros allí algunos días,
descendió de Judea un profeta llamado Agabo,b
11quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose
los pies y las manos, dijo: Esto
dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es
este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles. 12Al oír esto,
le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. 13Entonces
Pablo respondió: ¿Qué
hacéis
llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser
atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. 14Y
como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del
Señor.
15Después de esos días, hechos ya
los preparativos, subimos a Jerusalén. 16Y vinieron también con
nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado
Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.
Arresto de
Pablo en el templo
a a
21.8: Hch. 6.5; 8.5.
b b
21.10: Hch. 11.28.
17Cuando
llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. 18Y al
día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos
todos los ancianos; 19a los cuales, después de haberles saludado,
les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su
ministerio. 20Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le
dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y
todos son celosos por la ley. 21Pero se les ha informado en cuanto a
ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de
Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres.
22¿Qué hay, pues? La multitud
se reunirá de cierto, porque oirán que has venido. 23Haz, pues, esto
que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de
cumplir voto. 24Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus
gastos para que se rasuren la cabeza;c
y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti,
sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. 25Pero en cuanto a los
gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden
nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre,
de ahogado y de fornicación.d 26Entonces
Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose
purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los
días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos.
27Pero cuando estaban para cumplirse
los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda
la multitud y le echaron mano, 28dando voces: ¡Varones israelitas,
ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo,
la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha
profanado este santo lugar. 29Porque antes habían visto con él en la
ciudad a Trófimo,e de
Efeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo. 30Así que toda la ciudad se conmovió, y se
agolpó
el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e
inmediatamente cerraron las puertas. 31Y procurando ellos matarle,
se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba
alborotada. 32Este, tomando luego soldados y centuriones, corrió a
ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a
Pablo. 33Entonces, llegando el tribuno, le prendió y le mandó atar
con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho. 34Pero
entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía
entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó llevar a la fortaleza. 35Al
llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso por los soldados a causa
de la violencia de la multitud; 36porque la muchedumbre del pueblo
venía detrás, gritando: ¡Muera!1
a a
21.8: Hch. 6.5; 8.5.
b b
21.10: Hch. 11.28.
17Cuando
llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. 18Y al
día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos
todos los ancianos; 19a los cuales, después de haberles saludado,
les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su
ministerio. 20Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le
dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y
todos son celosos por la ley. 21Pero se les ha informado en cuanto a
ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de
Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres.
22¿Qué hay, pues? La multitud
se reunirá de cierto, porque oirán que has venido. 23Haz, pues, esto
que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de
cumplir voto. 24Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus
gastos para que se rasuren la cabeza;c
y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti,
sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. 25Pero en cuanto a los
gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden
nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre,
de ahogado y de fornicación.d 26Entonces
Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose
purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los
días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos.
27Pero cuando estaban para cumplirse
los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda
la multitud y le echaron mano, 28dando voces: ¡Varones israelitas,
ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo,
la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha
profanado este santo lugar. 29Porque antes habían visto con él en la
ciudad a Trófimo,e de
Efeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo. 30Así que toda la ciudad se conmovió, y se
agolpó
el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e
inmediatamente cerraron las puertas. 31Y procurando ellos matarle,
se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba
alborotada. 32Este, tomando luego soldados y centuriones, corrió a
ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a
Pablo. 33Entonces, llegando el tribuno, le prendió y le mandó atar
con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho. 34Pero
entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía
entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó llevar a la fortaleza. 35Al
llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso por los soldados a causa
de la violencia de la multitud; 36porque la muchedumbre del pueblo
venía detrás, gritando: ¡Muera!1
Jueces 16
c c 21.23–24:
Nm. 6.13–20.
d d 21.25: Hch. 15.29.
e e 21.29: Hch. 20.4.
1Reina Valera Revisada (1960) -
c c 21.23–24:
Nm. 6.13–20.
d d 21.25: Hch. 15.29.
e e 21.29: Hch. 20.4.
1Reina Valera Revisada (1960) -
Sansón en Gaza
16
1Fue
Sansón a Gaza, y vio allí a una mujer ramera, y se llegó a ella. 2Y
fue dicho a los de Gaza: Sansón ha venido acá. Y lo rodearon, y acecharon toda
aquella noche a la puerta de la ciudad; y estuvieron callados toda aquella
noche, diciendo: Hasta la luz de la mañana; entonces lo mataremos. 3Mas
Sansón durmió hasta la medianoche; y a la medianoche se levantó, y tomando las
puertas de la ciudad con sus dos pilares y su cerrojo, se las echó al hombro, y
se fue y las subió a la cumbre del monte que está delante de Hebrón.
16
1Fue
Sansón a Gaza, y vio allí a una mujer ramera, y se llegó a ella. 2Y
fue dicho a los de Gaza: Sansón ha venido acá. Y lo rodearon, y acecharon toda
aquella noche a la puerta de la ciudad; y estuvieron callados toda aquella
noche, diciendo: Hasta la luz de la mañana; entonces lo mataremos. 3Mas
Sansón durmió hasta la medianoche; y a la medianoche se levantó, y tomando las
puertas de la ciudad con sus dos pilares y su cerrojo, se las echó al hombro, y
se fue y las subió a la cumbre del monte que está delante de Hebrón.
Sansón y
Dalila
4Después
de esto aconteció que se enamoró de una mujer en el valle de Sorec, la cual se
llamaba Dalila. 5Y vinieron a ella los príncipes de los filisteos, y
le dijeron: Engáñale e infórmate en qué consiste su gran fuerza, y cómo lo
podríamos vencer, para que lo atemos y lo dominemos; y cada uno de nosotros te
dará mil cien siclos de plata. 6Y Dalila dijo a Sansón: Yo te ruego
que me declares en qué consiste tu gran fuerza, y cómo podrás ser atado para
ser dominado. 7Y le respondió Sansón: Si me ataren con siete mimbres
verdes que aún no estén enjutos, entonces me debilitaré y seré como cualquiera
de los hombres. 8Y los príncipes de los filisteos le trajeron siete
mimbres verdes que aún no estaban enjutos, y ella le ató con ellos. 9Y
ella tenía hombres en acecho en el aposento. Entonces ella le dijo:
¡Sansón,
los filisteos contra ti! Y él rompió los mimbres, como se rompe una cuerda de
estopa cuando toca el fuego; y no se supo el secreto de su fuerza.
10Entonces Dalila dijo a Sansón: He
aquí tú me has engañado, y me has dicho mentiras;
descúbreme,
pues, ahora, te ruego, cómo podrás ser atado. 11Y él le dijo: Si me
ataren fuertemente con cuerdas nuevas que no se hayan usado, yo me debilitaré, y seré como cualquiera de los hombres.
12Y Dalila tomó cuerdas nuevas,
y le ató con ellas,
y le dijo:
¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y los espías estaban en el
aposento. Mas él las rompió de sus brazos como un hilo.
13Y Dalila dijo a Sansón: Hasta
ahora me engañas, y tratas conmigo con mentiras. Descúbreme, pues, ahora, cómo
podrás ser atado. El entonces le dijo: Si tejieres siete guedejas de mi cabeza
con la tela y las asegurares con la estaca. 14Y ella las aseguró con
la estaca, y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Mas despertando él de su
sueño, arrancó la estaca del telar con la tela.
15Y ella le dijo: ¿Cómo dices: Yo te
amo, cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me
has descubierto aún en qué consiste tu gran fuerza. 16Y
aconteció
que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue
reducida a mortal angustia. 17Le descubrió, pues, todo su corazón, y
le dijo: Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el
vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me
debilitaré y seré como todos los hombres.
18Viendo Dalila que él le había
descubierto todo su corazón, envió a llamar a los principales de los filisteos,
diciendo: Venid esta vez, porque él me ha descubierto todo su corazón. Y los
principales de los filisteos vinieron a ella, trayendo en su mano el dinero. 19Y ella hizo que él se
durmiese sobre sus rodillas, y llamó a un hombre, quien le rapó las siete
guedejas de su cabeza; y ella comenzó a afligirlo, pues su fuerza se apartó de
él. 20Y le dijo:
¡Sansón,
los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez
saldré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él. 21Mas
los
filisteos le echaron mano, y le sacaron los ojos, y le llevaron a Gaza; y le
ataron con cadenas para que moliese en la cárcel. 22Y el cabello de
su cabeza comenzó a crecer, después que fue rapado.
4Después
de esto aconteció que se enamoró de una mujer en el valle de Sorec, la cual se
llamaba Dalila. 5Y vinieron a ella los príncipes de los filisteos, y
le dijeron: Engáñale e infórmate en qué consiste su gran fuerza, y cómo lo
podríamos vencer, para que lo atemos y lo dominemos; y cada uno de nosotros te
dará mil cien siclos de plata. 6Y Dalila dijo a Sansón: Yo te ruego
que me declares en qué consiste tu gran fuerza, y cómo podrás ser atado para
ser dominado. 7Y le respondió Sansón: Si me ataren con siete mimbres
verdes que aún no estén enjutos, entonces me debilitaré y seré como cualquiera
de los hombres. 8Y los príncipes de los filisteos le trajeron siete
mimbres verdes que aún no estaban enjutos, y ella le ató con ellos. 9Y
ella tenía hombres en acecho en el aposento. Entonces ella le dijo:
¡Sansón,
los filisteos contra ti! Y él rompió los mimbres, como se rompe una cuerda de
estopa cuando toca el fuego; y no se supo el secreto de su fuerza.
10Entonces Dalila dijo a Sansón: He
aquí tú me has engañado, y me has dicho mentiras;
descúbreme,
pues, ahora, te ruego, cómo podrás ser atado. 11Y él le dijo: Si me
ataren fuertemente con cuerdas nuevas que no se hayan usado, yo me debilitaré, y seré como cualquiera de los hombres.
12Y Dalila tomó cuerdas nuevas,
y le ató con ellas,
y le dijo:
¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y los espías estaban en el
aposento. Mas él las rompió de sus brazos como un hilo.
13Y Dalila dijo a Sansón: Hasta
ahora me engañas, y tratas conmigo con mentiras. Descúbreme, pues, ahora, cómo
podrás ser atado. El entonces le dijo: Si tejieres siete guedejas de mi cabeza
con la tela y las asegurares con la estaca. 14Y ella las aseguró con
la estaca, y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Mas despertando él de su
sueño, arrancó la estaca del telar con la tela.
15Y ella le dijo: ¿Cómo dices: Yo te
amo, cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me
has descubierto aún en qué consiste tu gran fuerza. 16Y
aconteció
que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue
reducida a mortal angustia. 17Le descubrió, pues, todo su corazón, y
le dijo: Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el
vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me
debilitaré y seré como todos los hombres.
18Viendo Dalila que él le había
descubierto todo su corazón, envió a llamar a los principales de los filisteos,
diciendo: Venid esta vez, porque él me ha descubierto todo su corazón. Y los
principales de los filisteos vinieron a ella, trayendo en su mano el dinero. 19Y ella hizo que él se
durmiese sobre sus rodillas, y llamó a un hombre, quien le rapó las siete
guedejas de su cabeza; y ella comenzó a afligirlo, pues su fuerza se apartó de
él. 20Y le dijo:
¡Sansón,
los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez
saldré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él. 21Mas
los
filisteos le echaron mano, y le sacaron los ojos, y le llevaron a Gaza; y le
ataron con cadenas para que moliese en la cárcel. 22Y el cabello de
su cabeza comenzó a crecer, después que fue rapado.
Muerte de Sansón
23Entonces
los principales de los filisteos se juntaron para ofrecer sacrificio a Dagón su
dios y para alegrarse; y dijeron: Nuestro dios entregó en nuestras manos a
Sansón nuestro enemigo. 24Y viéndolo el pueblo, alabaron a su dios,
diciendo: Nuestro dios entregó en nuestras manos a nuestro enemigo, y al
destruidor de nuestra tierra, el cual había dado muerte a muchos de nosotros. 25Y
aconteció que cuando sintieron alegría en su corazón, dijeron: Llamad a Sansón,
para que nos divierta. Y llamaron a Sansón de la cárcel, y sirvió de juguete
delante de ellos; y lo pusieron entre las columnas. 26Entonces Sansón
dijo al joven que le guiaba de la mano: Acércame, y hazme palpar las columnas
sobre las que descansa la casa, para que me apoye sobre ellas. 27Y
la casa estaba llena de hombres y mujeres, y todos los principales de los
filisteos estaban allí; y en el piso alto había como tres mil hombres y
mujeres, que estaban mirando el escarnio de
Sansón.
28Entonces clamó Sansón a Jehová, y
dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente
esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis
dos ojos. 29Asió luego Sansón las dos columnas de en medio, sobre
las que descansaba la casa, y echó todo su peso sobre ellas, su mano derecha
sobre una y su mano izquierda sobre la otra. 30Y dijo Sansón: Muera
yo con los filisteos. Entonces se inclinó con toda su fuerza, y cayó la casa
sobre los principales, y sobre todo el pueblo que estaba en ella. Y los que
mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida. 31Y
descendieron sus hermanos y toda la casa de su padre, y le tomaron, y
le
llevaron, y le sepultaron entre Zora y Estaol, en el sepulcro de su padre
Manoa. Y él juzgó a Israel veinte años.2
23Entonces
los principales de los filisteos se juntaron para ofrecer sacrificio a Dagón su
dios y para alegrarse; y dijeron: Nuestro dios entregó en nuestras manos a
Sansón nuestro enemigo. 24Y viéndolo el pueblo, alabaron a su dios,
diciendo: Nuestro dios entregó en nuestras manos a nuestro enemigo, y al
destruidor de nuestra tierra, el cual había dado muerte a muchos de nosotros. 25Y
aconteció que cuando sintieron alegría en su corazón, dijeron: Llamad a Sansón,
para que nos divierta. Y llamaron a Sansón de la cárcel, y sirvió de juguete
delante de ellos; y lo pusieron entre las columnas. 26Entonces Sansón
dijo al joven que le guiaba de la mano: Acércame, y hazme palpar las columnas
sobre las que descansa la casa, para que me apoye sobre ellas. 27Y
la casa estaba llena de hombres y mujeres, y todos los principales de los
filisteos estaban allí; y en el piso alto había como tres mil hombres y
mujeres, que estaban mirando el escarnio de
Sansón.
28Entonces clamó Sansón a Jehová, y
dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente
esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis
dos ojos. 29Asió luego Sansón las dos columnas de en medio, sobre
las que descansaba la casa, y echó todo su peso sobre ellas, su mano derecha
sobre una y su mano izquierda sobre la otra. 30Y dijo Sansón: Muera
yo con los filisteos. Entonces se inclinó con toda su fuerza, y cayó la casa
sobre los principales, y sobre todo el pueblo que estaba en ella. Y los que
mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida. 31Y
descendieron sus hermanos y toda la casa de su padre, y le tomaron, y
le
llevaron, y le sepultaron entre Zora y Estaol, en el sepulcro de su padre
Manoa. Y él juzgó a Israel veinte años.2
Salmos 42
Confesión y
justificación de Job Mi alma tiene sed de Dios
Al músico principal. Masquil de los hijos de Coré.
1 Como el ciervo brama por las corrientes
de las aguas, Así clama por ti, oh
Dios, el alma mía.
2 Mi alma tiene sed
de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
3 Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos
los días: ¿Dónde está tu Dios?
4 Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta
la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en
fiesta.
5 ¿Por qué te abates,
oh alma mía,
2Reina Valera Revisada (1960). 1998 -
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
6 Dios mío, mi alma está abatida en mí;
Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, Y de los
hermonitas, desde el monte de Mizar.
7 Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
8 Pero de día mandará Jehová su misericordia,
Y de noche su cántico estará conmigo,
Y mi oración al Dios de mi vida.
9 Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado
por la opresión del enemigo?
10 Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?
11 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.3
3Reina Valera Revisada (1960) -
Al músico principal. Masquil de los hijos de Coré.
1 Como el ciervo brama por las corrientes
de las aguas, Así clama por ti, oh
Dios, el alma mía.
2 Mi alma tiene sed
de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
3 Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos
los días: ¿Dónde está tu Dios?
4 Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta
la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en
fiesta.
5 ¿Por qué te abates,
oh alma mía,
2Reina Valera Revisada (1960). 1998 -
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.
6 Dios mío, mi alma está abatida en mí;
Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, Y de los
hermonitas, desde el monte de Mizar.
7 Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
8 Pero de día mandará Jehová su misericordia,
Y de noche su cántico estará conmigo,
Y mi oración al Dios de mi vida.
9 Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado
por la opresión del enemigo?
10 Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?
11 ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.3
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