Martes
9 de Abril de 2013.
¡Con la Promesa del Padre!
Por
Riqui Ricón*
Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que
esperasen la promesa del Padre,
la cual, les dijo, oísteis de mí (Hch 1. 4).
Al meditar esta porción de la escritura
puedo notar que la mayoría de los cristianos están más familiarizados con el
versículo 8, donde Jesús te promete poder para ser testigo una vez que el
Espíritu Santo haya venido sobre ti. Sin embargo, desconocer el dónde, cómo y
porqué de esta promesa te limita
muchísimo en el uso de este poder prometido y en tu efectividad como testigos
de Dios.
¿Cuál es la promesa del Padre que
Jesús les había hablado? Ciertamente que se trata de Dios, el Espíritu Santo,
pero, ¿cuándo fue prometido y bajo qué circunstancias? La respuesta a estas
preguntas está íntimamente relacionada con una serie de preguntas que Jesús y
Nicodemo intercambiaron durante una conversación:
Había un
hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de
Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no
está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto
te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo
le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer
siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su
madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino
de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido
del Espíritu, espíritu es.No te maravilles de que te dije: Os es necesario
nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido;
mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del
Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le
dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y
no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que
sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro
testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las
celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió
del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre
sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna (Jn 3. 1-15).
De acuerdo a Jesús, todo aquel
que se llamase maestro de Israel debería saber que el Espíritu Santo fue
prometido por Dios como parte principal del Nuevo Pacto donde, para que Él
pueda realmente habitar dentro de ti, es requisito indispensable que NAZCAS DE
NUEVO. Esto es, tú necesitas ser hecho(a) totalmente Nuevo(a) para que Dios, el
Espíritu Santo, pueda vivir en ti y contigo. ¡Dios no puede, de ninguna manera,
compartir la naturaleza caída del hombre de pecado!
El rey David, como profeta que
fue, supo esto cuando, después de haber pecado, comprendió que su condición
humana tendría que ser totalmente REGENERADA (vuelto a engendrar) para
permanecer en comunión con Dios y darle lugar al Espíritu Santo. Tanto su
clamor de arrepentimiento como la súplica de perdón, expresados en el Salmo 51,
cambian drásticamente en el verso 10 cuando entendió esa necesidad de un cambio
radical en su naturaleza. ¡Un cambio que sólo Dios le podía otorgar!
Crea en mí,
oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me
eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo
de tu salvación, Y espíritu noble me sustente (Sal 51. 10-12).
Nicodemo debería haber sabido
esto, no solamente la promesa en Joel 2. 28 del derramamiento del Espíritu
sobre toda carne, sino también, y sobre todo, la necesidad apremiante de una
renovación total de la condición del hombre ya que éste está, por sí mismo,
condenado eternamente, pues no ha podido, no puede, ni podrá por sus obras y
acciones, justificarse delante de Dios.
«Aunque sé muy bien que esto es cierto, ¿cómo puede un
mortal justificarse ante Dios? Si uno quisiera disputar con él, de mil cosas no
podría responderle una sola. Profunda es su sabiduría, vasto su poder. ¿Quién
puede desafiarlo y salir bien librado? (Job
9.2-4).
Oh Jehová, oye mi oración, escucha mis ruegos;
Respóndeme por tu verdad, por tu justicia. Y no entres en juicio con tu
siervo; Porque no se justificará delante de ti ningún ser humano (Sal 142.
1-2).
Por cuanto los designios de la carne son
enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco
pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Ro 8.
7-8).
Nicodemo había olvidado esto pero
Jesús no. Está establecido en la Palabra de Dios. Es el diseño del plan más
hermoso y perfecto que pueda existir para tu redención: primero se cumplió toda
justicia al pagar el precio de tus pecados con la vida de Su propio Hijo,
Jesús; luego, por Su Gracia, te perdonó todo, olvidándose de tus pecados; y,
por último, con su resurrección,
hizo de ti una nueva especie de ser que no existía antes: Él, Dios mismo, por
Su Palabra y con el Poder del Espíritu Santo, te hizo un(a) Hija(o) de Dios
Nacida(o) de Nuevo.
Nicodemo y los maestros de su
época estaban olvidando la promesa del Nuevo Pacto hecha por Dios y plasmada en
las Escrituras muchos años atrás. Él era maestro de Israel y tenía la
obligación de saber esto.
He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto
con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que
hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de
Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos,
dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel
después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré
en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.
Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano,
diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de
ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y
no me acordaré más de su pecado (Jer 31. 31-34).
Aquí es
donde cabe hacer la pregunta de Nicodemo, ¿Cómo puede hacerse esto?
Para escuchar la respuesta de Dios:
Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y
quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Eze 36.
26-27).
La Palabra y el Plan de Dios para
tu vida no sólo son perfectos e infalibles, sino también asombrosos. En lugar
de pelear con todas tus fuerzas, en una lucha desigual contra tu vieja
naturaleza, para ser santo(a), justo(a) y perfecto(a); lo único que Dios espera
de ti es que creas. Que le creas a Él, quien te dice en Su Palabra, la Biblia,
que es la verdad y no miente, que por medio de la muerte y resurrección de Su
Hijo Jesús has entrado al Nuevo Pacto, has sido justificado(a) y perdonado(a).
Que creas que por medio de la fe en Jesús, Dios te ha regenerado haciendo de ti
una nueva especie de ser que no existía antes: esto es, un(a) Hijo(a) de Dios
Nacido(a) de Nuevo.
Recuerda que sin fe es imposible agradar a Dios; porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de
los que le buscan (He 11.6).
Así que, ya no se trata de
esforzarte por agradar a Dios sino creerle a Su Palabra. Creer que Él tiene el
poder y el deseo de hacer de ti ese Hijo(a) de Dios, santo(a), justo(a),
perfecto(a), Nacido(a) de Nuevo, que la Biblia dice que ahora tú eres.
Creer que Dios te ama tanto que
prefirió entregar a Su propio Hijo antes que perderte a ti.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna (Jn 3.16).
Creer que,
por la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo, tú eres ese(a) Hijo(a) de
Dios Nacido(a) de Nuevo al que Jesús se refería y Nicodemo no comprendía.
siendo renacidos, no de simiente corruptible,
sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1 P 1.23).
Creer que
ahora tienes todo el derecho a ver y a entrar al reino de Dios, tu Padre.
¡Todo por Amor a ti! Ahora,
gracias a Jesucristo, no solamente eres santo(a), justo(a) y perfecto(a), sino
también tienes la Vida Eterna que sólo un(a) Hijo(a) de Dios puede tener. ¡Vas
a vivir para siempre! Y, como si fuera poco, como un sello a todo esto, el
Espíritu Santo, Dios mismo y en persona, está contigo, en ti y sobre de ti.
En él también vosotros, habiendo oído la palabra
de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis
sellados con el Espíritu Santo de la
promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la
redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria (Efe
1.13-14).
Así que, quizá Nicodemo no lo
sabía, pero ahora tú sí lo sabes: la promesa del Padre, con la cual se
garantiza el cumplimiento del Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús, es el Espíritu
Santo quien te hizo Nacer de Nuevo, al igual que a Jesús, por la Palabra de
Dios, para que goces de la Vida Eterna, una vida plena y abundante.
El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido
para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Jn 10.10).
Tenlo por cierto y no dudes más,
es por el Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús que puedes entrar y poseer y
establecer el reino de Dios en tu vida, sobre esta tierra y dondequiera que
vayas. Recibe tu identidad como Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo y pon manos
a la obra. ¡Es la Promesa del Padre!
Oremos en voz audible:
Amado Padre celestial, es tan asombroso
Tu amor para conmigo. Gracias por amarme tanto. Gracias porque a pesar de cómo
yo había sido Tú me justificaste y perdonaste. Gracias por crearme de nuevo y
darme Tu naturaleza, la naturaleza de un(a) Hijo(a) Tuyo(a). Gracias porque Tú,
Espíritu Santo, estás conmigo y nunca me dejarás. Hoy, mediante este Plan Tuyo
que es el Nuevo Pacto, sellado con la Sangre de Jesús, mi Dios, Rey y Salvador,
declaro mi victoria sobre la vieja naturaleza, sobre ese(a) viejo(a) hombre (mujer)
que yo ya no soy más. Creo en Tu Palabra, Dios. Creo que soy la persona que Tú
dices que soy: santo(a), justo(a) y perfecto(a), pues he sido regenerado(a)
conforme a Tu propósito en justicia y santidad a la verdad. Bendigo Tu Nombre,
oh Padre, y me declaro siempre en victoria. Libre de todo temor y duda para ser
sano(a), próspero(a) y muy feliz. Soy Hijo(a) de Reino, Hijo(a) de Pacto, Hijo(a)
de Dios. En el nombre poderoso de Cristo Jesús. Amén
Nota Importante:
¿Cómo me hago Hijo de Dios? ¿Cómo
establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la siguiente oración en
voz audible poniendo toda tu atención y corazón a lo que le estás diciendo a
Dios:
Señor Jesús, yo creo que eres el
Hijo de Dios. Que viniste a este mundo de la virgen María para pagar todos mis
pecados, y yo he sido un(a) pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí
acepto. ¡Sí acepto tu sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa
derramada hasta la última gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y te invito a
entrar porque quiero, Señor Jesús, que desde hoy y para siempre Tú seas mi
único y suficiente Salvador, mi Dios, mi Rey y mi Señor. Gracias, Dios
Poderoso, pues con esta simple oración y profesión de fe he pasado de muerte a
Vida, he sido trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido
de Nuevo! ¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más
estaré solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C.
Peredo Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Abril 9 Hch
1 / Deu 11-12 /
Job 9
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