¡Es Palabra de Dios!
Por Riqui Ricón*
Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí (Hch 1. 4)..
La mayoría de los cristianos están familiarizados con el versículo 8 donde Jesús nos promete poder para ser testigos una vez que el Espíritu Santo haya venido sobre nosotros. Sin embargo, desconocer dónde, cómo y porqué de esta promesa nos ha limitado muchísimo en el uso de ese poder y en nuestra efectividad como testigos de Él.
¿Cuál es la promesa del Padre que Jesús les había hablado? Ciertamente que se trata de Dios, el Espíritu Santo, pero, ¿cuándo fue prometido y bajo qué circunstancias? La respuesta a estas preguntas está íntimamente relacionada con una serie de preguntas que Jesús y Nicodemo intercambiaron durante una conversación:
Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn 3. 1-15).
De acuerdo a Jesús, todo aquel que se llamase maestro de Israel debería de saber que el Espíritu Santo fue prometido en un Pacto Nuevo donde, para que Él pueda habitar dentro de cualquier hombre o mujer, es requisito indispensable NACER DE NUEVO.
El rey David, como profeta que fue, supo de esto cuando después de haber pecado comprendió que su condición humana tendría que ser totalmente REGENERADA (vuelto a engendrar) para permanecer en comunión con Dios y darle lugar al Santo Espíritu:
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente (Sal 51. 10-12).
Nicodemo debería haber sabido esto, no solamente la promesa en Joel 2. 28 del derramamiento del Espíritu sobre toda carne, sino la necesidad apremiante de una renovación total de la condición del hombre ya que éste está, por sí mismo, condenado eternamente pues no ha podido, no puede ni podrá por sus obras y acciones, justificarse delante de Dios.
Oh Jehová, oye mi oración, escucha mis ruegos; Respóndeme por tu verdad, por tu justicia. Y no entres en juicio con tu siervo; Porque no se justificará delante de ti ningún ser humano (Sal 142. 1-2).
Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios (Ro 8. 7-8).
Dios sabe esto. Está establecido en Su Palabra. Así que diseñó el plan más hermoso y perfecto para nuestra redención: primero se cumpliría toda justicia al pagar el precio con la vida de Su propio Hijo, Jesús; luego, por Su Gracia, nos perdonaría todos nuestros pecados olvidándose de ellos y, por último, nos haría una nueva especie de ser que no existía antes, Hijas e Hijos de Dios Nacidos de Nuevo, incorruptibles.
He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jer 31. 31-34).
Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Eze 36. 26-27).
La Palabra y el Plan de Dios para tu vida son perfectos e infalibles. En lugar de esforzarte, en una lucha desigual contra tu vieja naturaleza, por ser santa/santo, justa/justo y perfecta/perfecto, lo único que Dios espera de ti es que creas. Que le creas a Él, quien te dice en Su Palabra, la Biblia, que es la verdad y no miente, que por medio de la muerte y resurrección de Su Hijo Jesús has entrado al Nuevo Pacto, has sido justificada/justificado y perdonada/perdonado; te ha regenerado haciéndote una nueva especie de ser que no existía antes: una/un Hija/Hijo de Dios Nacida/Nacido de Nuevo, santa/santo, justa/justo y perfecta/perfecto, y, como si fuera poco, gracias a todo esto, el Espíritu Santo, Dios mismo y en persona, está contigo, en ti y sobre de ti.
Ahora puedes entrar, poseer y establecer el reino de Dios sobre esta tierra, en tu vida y dondequiera que vayas. ¡Es Palabra de Dios! Si puedes creer, al que cree todo le es posible.
Amado Padre celestial, es tan asombroso Tu amor para conmigo. Gracias por amarme tanto. Gracias porque a pesar de cómo yo había sido Tú me justificaste y perdonaste. Gracias por crearme de nuevo y darme Tu naturaleza, la naturaleza de una/un Hija/Hijo Tuya/Tuyo. Gracias porque Tú, Espíritu Santo, estás conmigo y nunca me dejarás. Hoy, mediante este Plan Tuyo que es el Nuevo Pacto, sellado con la Sangre de Jesús, mi Dios, Rey y Salvador, declaro mi victoria sobre la vieja naturaleza, sobre esa/ese vieja/viejo mujer/hombre que yo ya no soy más. Creo en Tu Palabra, Dios. Creo que soy la/el que Tú dices que soy: santa/santo, justa/justo y perfecta/perfecto, pues he sido regenerada/regenerado conforme a Tu propósito en justicia y santidad a la verdad. Bendigo Tu Nombre, oh Padre, y me declaro siempre en victoria. Libre de todo temor y duda para ser sana/sano, prospera/próspero y muy feliz. En el nombre poderoso de Tu amado Hijo Jesucristo. Amén
*Ricardo C. Peredo Jaime © 2011
Lectura y Meditación de la Palabra de Dios
Haz estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Abril 9 Hch 1 / Deu 11-12 / Job 9
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué piensas al respecto?