Jueves
25 de Julio de 2013.
Por
Riqui Ricón*
De
la misma manera, tomó la copa después de haber cenado y dijo: "Esta
copa es el nuevo pacto de Dios con vosotros, sellado con mi sangre.
Siempre que bebáis esta copa, hacedlo en memoria de mí"
(1 Co 11.25).
¿A
qué se refiere Jesús cuando establece un Nuevo Pacto en Su Sangre?
Si
tú puedes hoy dar cabal respuesta a esta pregunta, te aseguro que tu
vida nunca más será la misma. Comenzarás a ser esa persona capaz,
sana, poderosa y feliz que Dios ha determinado que tú seas.
La
Promesa del Nuevo Pacto fue dada por Dios a través del ministerio
del profeta Jeremías. Esto nos ubica en el momento preciso en la
historia de Israel en que, por haber abandonado a Dios, invalidando
así el Pacto que tenían con Él, el Señor comienza a dar
cumplimiento a todas Sus Palabras respecto a los transgresores.
Palabras que durante tanto tiempo les fueron habladas por los
profetas comenzaron a cumplirse: el Templo y la Santa ciudad de
Jerusalén fueron destruidos; el pueblo fue muerto por hambre, espada
y enfermedad; los sobrevivientes fueron hechos esclavos y dispersados
a otras naciones. A tal grado fueron avergonzados y confundidos que
parecían más un pueblo maldito que aquel pueblo que alguna vez
fueron: el Pueblo Elegido de Dios.
Y
oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor,
Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la
misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos;
hemos
pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos
sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus
ordenanzas.
No
hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron
a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo
el pueblo de la tierra.
Tuya
es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en
el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de
Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las
tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se
rebelaron contra ti.
Oh
Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de
nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos.
(Dan
9.4-8).
Así,
Dios no pudo más sufrir la naturaleza caída y corrompida de Su
propio pueblo, del pueblo que había adquirido para Sí, mediante el
Antiguo Pacto.
Sin
embargo, vemos en la Biblia que el diseño para el Nuevo Pacto fue
profetizado por David cuando éste comprendió, por revelación del
Espíritu de Dios, que por más que se arrepintiera y pidiera perdón,
la expiación de pecados ofrecida en el Antiguo Pacto, sólo cubría
sus pecados momentáneamente, pero él seguiría siendo el mismo
hombre atado a la ley del pecado y de la muerte.
David
había cometido adulterio con Betsabé y cuando ésta quedo
embarazada por ese adulterio, entonces mandó asesinar al esposo.
Entonces
dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová,
Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la
mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu
señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si
esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues,
tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de
sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su
mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón (2
S 12.7-9).
David
entendió que sólo un milagro departe de Dios podría librarlo de
esa naturaleza carnal vendida al pecado.
Fue
entonces que clamó a Dios para que Éste interviniera directamente
en su persona para hacer de él un hombre totalmente diferente al que
hasta ese momento era:
Crea
en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto
dentro de mí. No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu
santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu
noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus
caminos, Y los pecadores se convertirán a ti
(Sal 51.10-13).
Dicha
intervención divina y supernatural es totalmente indispensable
porque un hombre o mujer justificado(a) bajo la sangre del Antiguo
Pacto, irremisiblemente volverá a pecar.
La
mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley
de Dios, ni es capaz de hacerlo.
Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a
Dios
(Ro
8.7-8 NVI).
La
antigua ley fue apenas una sombra de los bienes prometidos, no la
propia imagen de su realidad. Por eso, aun
estando en vigor y aunque los sacrificios se repetían año tras año,
sin cesar, no podía alcanzarse la meta de la salvación.
De haberse "podido, con un solo sacrificio hubiera sido
suficiente: los fieles habrían quedado definitivamente purificados y
habrían dejado de sentirse culpables de pecado. Pero, al contrario,
los sacrificios anuales les recordaban sus pecados, los cuales no
podía quitar la sangre de los toros y de los machos cabríos
(He 10.1-4 CST).
Así
es, un hombre o mujer justificado(a) bajo la sangre del Antiguo
Pacto, sin lugar a dudas volverá a pecar y a colocarse así bajo la
maldición del pecado que es la muerte.
Mas
ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de
Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la
vida eterna.
Porque
la paga del pecado es muerte,
mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro
(Ro 6.22-23).
Es
por esto que está declarado en la Escritura que el Nuevo Pacto es un
mejor Pacto, establecido sobre mejores promesas.
- A diferencia del Antiguo Pacto, el Nuevo Pacto tiene una garantía. Lo más hermoso de esto, es el hecho maravilloso que Jesucristo mismo, el primogénito de entre los muertos, es quién garantiza el Nuevo Pacto.
Por tanto, Jesús
es hecho fiador de un mejor pacto
(He 7.22).
- El Nuevo Pacto es un Pacto perfecto.
Pero
ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un
mejor pacto, establecido sobre mejores promesas.
Porque
si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera
procurado lugar para el segundo
(He 8.6-7).
- El Nuevo Pacto es eterno y, por lo tanto, no se puede invalidar.
Porque
yo Jehová soy amante del derecho, aborrecedor del latrocinio para
holocausto; por
tanto, afirmaré en verdad su obra, y haré con ellos pacto
perpetuo.
Y
la descendencia de ellos será conocida entre las naciones, y sus
renuevos en medio de los pueblos; todos
los que los vieren, reconocerán que son linaje bendito de Jehová
(Isa 61.8-9).
Y
haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos;
y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre
ellos para siempre.
Estará
en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos
me serán por pueblo
(Eze 37.26-27).
- Jesús es también el sumo sacerdote del Nuevo Pacto.
Por
lo tanto, ya
que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que
ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos.
Porque
no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera
que nosotros, aunque sin pecado.
Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para
recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento
que más la necesitemos
(He
4.14-16 NVI).
- ¡La Garantía del Nuevo Pacto es el Espíritu Santo!
En
él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el
evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron
marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido.
Éste
garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del
pueblo adquirido por Dios,*
para alabanza de su gloria
(Efe 1.13-14 NVI).
Así
como Jesucristo es la pieza clave para nuestra redención, el
Espíritu Santo lo es para nuestra resurrección (Vida Nueva), como
Hijos de Dios Nacidos de Nuevo.
Porque
así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán
vivificados
(1 Co 15.22).
¿Acaso
no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados para unirnos con
Cristo Jesús, en realidad fuimos bautizados para participar en su
muerte? Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en
su muerte, a fin de que, así
como Cristo resucitó por el poder* del Padre, también nosotros
llevemos una vida nueva.
En
efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda
también estaremos unidos con él en su resurrección.
Sabemos que lo que antes éramos* fue crucificado con él para que
nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no
siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda
liberado del pecado. Ahora
bien, si hemos muerto con Cristo, confiamos que también viviremos
con él.
Pues sabemos que Cristo, por haber sido levantado de entre los
muertos, ya no puede volver a morir; la muerte ya no tiene dominio
sobre él. En cuanto a su muerte, murió al pecado una vez y para
siempre; en cuanto a su vida, vive para Dios. De
la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado,
pero vivos para Dios en Cristo Jesús
(Ro 6.3-11 NVI).
La
Palabra de Dios es bastante clara en cuanto que el propósito del
sacrificio de Jesús va más allá de la mera justificación y del
perdón de tus pecados. Éstos, sólo son un requisito para alcanzar
el objetivo del Plan de Salvación: darte una Vida Nueva tal, que
puedas ser hecho(a) Hijo(a) de Dios y disfrutar de la Vida Eterna.
Esta
Vida Nueva sólo puede provenir del aliento de Dios, del espíritu de
Vida en Cristo Jesús: el Espíritu Santo.
Y
si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos
vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos
también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu,
que vive en ustedes
(Ro 8-11 NVI).
Así
que, Jesús se responsabilizó de todos tus pecados pagando cada uno
de ellos con Su propia Vida. Él descendió al infierno y ahí
recibió todo el castigo por tus pecados. De acuerdo a la Escritura,
tú moriste ahí con Él y, por lo tanto, fuiste justificado(a).
Porque
el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió
por todos, luego todos murieron;
15y
por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino
para aquel que murió y resucitó por ellos (2
Co 5.14).
Así
pues, el Espíritu Santo levantó a Jesús de entre los muertos para
hacer de Él el primer Hijo de Dios Nacido de Nuevo. ¡Ya no es más
el unigénito Hijo de Dios, sino el primogénito, el primero entre
muchos hermanos! (Ro 8.29).
Ahora,
de la misma forma, el Espíritu Santo, prometido con el Nuevo Pacto,
ha hecho de ti un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo.
Así
Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que
ustedes,
luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los
malos deseos, lleguen
a tener parte en la naturaleza divina
(2 P 1.4 NVI).
Todas
y cada una de las promesas hechas en la Biblia tienen su cumplimiento
en la Sangre del Nuevo Pacto. Fueron prometidas por Dios para que tú
llegases a ser participante de Su naturaleza divina.
Entonces
María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón.
Respondiendo
el ángel, le dijo: El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será
llamado Hijo de Dios
(Luc
1.34-35).
Como
en el caso de Jesucristo, esta naturaleza divina (la de un(a) Hijo(a)
de Dios, con Vida Eterna), sólo puede ser impartida por el Espíritu
Santo.
Es
por todo esto que el Espíritu Santo es la garantía del Nuevo Pacto
en la Sangre de Jesús.
Es
por todo esto que el Nuevo Pacto es un mejor Pacto, establecido sobre
mejores promesas.
Es
por todo esto que, sin importar el problema, enfermedad o situación
que hoy estés enfrentando, tú has sido creado(a) de Nuevo como
un(a) Hijo(a) de Dios y, por lo tanto, en todas las cosas saldrás
más que vencedor(a) por medio de Su Amor, pues tú todo lo puedes en
Cristo Jesús, quien te fortalece.
MIREN
CUÁNTO NOS ama el Padre celestial que permite que seamos llamados
hijos de Dios. ¡Y lo mas maravilloso es que de veras lo somos!
Naturalmente, como la mayoría de la gente no conoce a Dios, no
comprende por qué lo somos (1
Jn 3.1 LPD).
Oremos en voz
audible:
Amado Padre
celestial, que hermosa es la Vida Nueva que me has dado por medio de
Tu Hijo. ¡La Vida Eterna! ¡Una Vida totalmente Nueva, plena y
abundante! Gracias mi Dios, por el Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús.
Jesucristo, Tú eres mi Rey, Señor y Salvador y gracias a Ti, hoy,
yo ________________ (pon tu nombre aquí), al igual que Tú, también
soy un(a) Hija(o) amada(o) de Nuestro Dios y Padre. Tengo Vida Eterna
y la puedo (y debo), vivir en plenitud y abundancia, pues además
(como si fuera poco), te tengo a Ti, Espíritu Santo como mi amigo y
ayudador. Y aunque sé que en el mundo tendré aflicciones, también
me has dado Tu Palabra, la Biblia, para que en Ti yo tenga paz, pues
Tú has vencido al mundo y yo contigo. Gracias Señor, pues esta
identidad de Hijo(a) me permite amar a mis semejantes como a mí
mismo(a). Por tanto, como un(a) Hijo(a) del Nuevo Pacto en la Sangre
de Jesús, desecho el temor y la duda, me someto a Ti, Padre, a Tu
Verdad y a Tu Palabra, resisto al diablo, a sus engaños y mentiras y
éste tiene que huir de mi vida. Ahora
sé, que sé, que en todas las cosas he de salir más que
vencedor(a), pues todo lo puedo en Cristo que me fortalece. ¡Ya he
vencido al mundo! Pues mayor eres Tú, Espíritu Santo, que estás en
mí, y conmigo, que el que está en el mundo. Hoy tomo mi identidad y
con toda certeza y autoridad, resisto
y hecho fuera de mi vida toda enfermedad, pobreza, tristeza,
depresión, soledad, temor y angustia. Cubro todo mi ser, espíritu,
alma y cuerpo, con la Sangre de Jesús y llamo y recibo toda la
salud, amor, paz y gozo que Tú, Jesucristo, compraste para mí al
morir en la cruz. ¡Soy sano(a)! ¡Soy libre! ¡Soy próspero(a)!
¡Soy feliz! ¡Soy un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo! Gracias
a Ti, Señor Jesús. Gracias a la Sangre del Nuevo Pacto. Amén.
Nota
Importante:
¿Cómo me hago Hijo
de Dios? ¿Cómo establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la
siguiente oración en voz audible poniendo toda tu atención y
corazón a lo que le estás diciendo a Dios:
Señor
Jesús, yo creo que eres el Hijo de Dios. Que viniste a este mundo de
la virgen María para pagar todos mis pecados, y yo he sido un(a)
pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí acepto. ¡Sí
acepto tu sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa
derramada hasta la última gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y
te invito a entrar porque quiero, Señor Jesús, que desde hoy y para
siempre Tú seas mi único y suficiente Salvador, mi Dios, mi Rey y
mi Señor. Gracias, Dios Poderoso, pues con esta simple oración y
profesión de fe he pasado de muerte a Vida, he sido trasladado(a) de
las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido de Nuevo! ¡Dios,
ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más
estaré solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de
Jesús. Amén.
*Ricardo
C. Peredo Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la
Biblia.
Julio
25 1
Co 11.17-34 / 2 R 5 / Abd
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