Sábado
2 de Marzo de 2013.
¡Un(a) Hijo(a)
de Dios Nacido(a) de Nuevo!
Por
Riqui Ricón*
¿Quién podrá decir: Yo he
limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado? (Pro 20.9).
La Biblia, que
es la Palabra de Dios y no miente, dice claramente que ningún ser humano se
podrá justificar así mismo delante de Dios (Sal 143.2). Sin embargo, al mismo
tiempo establece que,
Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su
pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en
cuyo espíritu no hay engaño (Sal 32.1-2).
Aunque
no hay posibilidad alguna que tú seas justificado por tus acciones, ¡Dichoso el
hombre o la mujer a quien se le perdonan sus transgresiones! ¡Dichoso el hombre
o la mujer a quien se le borran sus pecados! ¡Dichoso el hombre o la mujer a
quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad!
En el Antiguo
Testamento Dios estableció un sistema de sacrificios mediante los cuales
cualquier hombre o mujer podría ser dichoso al serle cubiertos sus pecados para
ser perdonado.
si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo, ofrecerá a
Jehová, por su pecado que habrá cometido, un becerro sin defecto para expiación. Traerá el
becerro a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová, y pondrá su
mano sobre la cabeza del becerro, y lo degollará delante de Jehová. Y el
sacerdote ungido tomará de la sangre del becerro, y la traerá al tabernáculo de
reunión; y mojará el sacerdote su dedo en la sangre, y rociará de
aquella sangre siete veces delante de Jehová, hacia el velo del santuario.
Y el sacerdote pondrá de esa sangre sobre los cuernos del altar del
incienso aromático, que está en el tabernáculo de reunión delante de Jehová (Lev 4.3-7a).
La palabra hebrea
que se utiliza para significar la expiación es Kafár y entre sus
significados encontramos: cubrir, condonar,
aplacar o cancelar, anular, apaciguar, pacto,
perdonar, propicio, purificar, reconciliar.
Todos estos
significados te muestran claramente que la intención de Dios para contigo nunca
ha sido condenarte sino perdonarte y acercarte por medio de la reconciliación
(expiación).
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque
no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por él (Jn 3.16-17).
¡Dios te ama
tanto que prefirió entregar a Su propio Hijo antes que perderte a ti!
Ahora bien,
esta reconciliación o expiación consistía en tomar un becerro sin defecto y
sacrificarlo después de haber puesto las manos sobre su cabeza haciendo de él
un substituto inocente. Su sangre se llevaba dentro del Tabernáculo de reunión
y se rociaba como testimonio contra el velo que separaba el lugar santo del
lugar santísimo e impedía la entrada al lugar de la Presencia de Dios.
Y si bien todo
esto sólo era una imagen o modelo de lo que vendría más adelante con el Nuevo
Pacto, la verdad es que los israelitas volvían a pecar continuamente y
continuamente estaban sujetos al rito de la expiación para cubrir sus pecados.
¡Aunque tenían la expiación, eran esclavos del pecado! ¡La dicha prometida se
alejaba constantemente de ellos!
Pero ahora Cristo ya ha venido, y lo ha hecho como sumo
sacerdote de los bienes prometidos. Porque él entró en el santuario celestial,
más amplio y perfecto, que no fue hecho por manos humanas ni pertenece a este
mundo, y llevó sangre al Lugar Santísimo, una sola vez y para siempre; pero no
sangre de machos cabríos o de becerros, sino su propia sangre, con la que
aseguró nuestra eterna redención. Y si bajo el antiguo orden de cosas podía
santificarse y purificar a los que estaban impuros a causa del pecado,
rociándolos con sangre de toros y machos cabríos, y con cenizas de becerra, con
mucha mayor eficacia la sangre de Cristo limpiará vuestras conciencias de las
obras que llevan a la muerte. Él, sin mancha alguna de pecado, se ofreció a sí
mismo a Dios mediante la acción del Espíritu eterno, para que vosotros podáis
servir ahora al Dios vivo. De este modo, Cristo es mediador de un nuevo pacto,
a fin de que, habiendo obtenido con su muerte el perdón de los pecados
cometidos durante el tiempo del pacto anterior, los llamados por Dios reciban
la promesa de la herencia eterna (He 9.11-15 CST).
¡Estas, mi
amado(a), son las Buenas Noticias del Evangelio de Jesucristo!
La
reconciliación que Jesucristo hizo para ti ya no es de expiación sino
¡Redención! Haz sido comprado(a) a precio de la Sangre del unigénito Hijo de
Dios para ser hecho(a) libre.
Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley
del pecado y de la muerte (Rom 8.2).
Ahora, en
Cristo Jesús, eres libre de la ley del pecado y de la muerte. ¡Tienes Vida
Eterna!
Este es el Nuevo
Pacto. Este es el Vino Nuevo que ha de ser puesto en odres nuevos. La vieja
forma de pensar, la conciencia de pecado, no tiene cabida aquí.
Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir:
Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre
tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico):
Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y
se fue a su casa. Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a
Dios, que había dado tal potestad a los hombres (Mat 9.5-8).
Es evidente que
Dios ha dado una Nueva Autoridad, una potestad diferente, a todos aquellos que,
como tú, han creído y han aceptado la Redención ofrecida.
De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree,
las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy
al Padre (Jua 14.12).
Gracias a que
el problema del pecado ya fue resuelto, has sido habilitado(a) por la Palabra
de Dios para hacer las mismas cosas que Jesús hizo y aún mayores. ¡Él y tú son
Hijos del mismo Padre!
MIREN CUÁNTO NOS ama el Padre
celestial que permite que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo mas maravilloso
es que de veras lo somos! Naturalmente, como la mayoría de la gente no conoce a
Dios, no comprende por qué lo somos (1 Jua 3.1).
Por la Redención de Cristo has
sido hecho(a) Hijo(a) legítimo(a) de Dios. ¡Eres Nueva Creación! ¡Has Nacido de
Nuevo! Y sin lugar a dudas que puedes decir: con la sangre de Jesús, he
limpiado mi corazón y estoy limpio(a) de pecado. ¡Soy dichoso(a)!
Jehová de los ejércitos, Dichoso el hombre que en
ti confía (Sal 84.12).
Oremos en voz audible:
Amado Padre
celestial, hoy quiero decirte que te amo con todo mi corazón y que no encuentro
mejor forma de agradecer lo que has hecho por mí que aceptándolo. No encuentro
mejor forma de honrar el sacrificio de Tu Hijo Jesús que recibiendo la posición
e Identidad que Él adquirió para mí al morir en esa cruz. ¡Gracias Jesús!
¡Muchas gracias Señor! Gracias por mi Redención. Creo y recibo tu grande y
eterno Amor por mí. Creo y recibo mi identidad de Hijo(a) Tuyo(a). Por lo
tanto, creo y recibo también todas y cada una de tus promesas. Gracias Señor, porque no hay forma en que yo vaya a
perder en esta vida. Gracias Padre porque no me has dejado nunca, ni me dejarás,
porque me has amado con tan grande amor y me has hecho tu Hijo(a). Por lo que
Tú hiciste en la cruz, Señor Jesús, y por Tu Palabra, ¡Soy sano(a)! ¡Soy libre!
¡Soy próspero(a)! ¡Soy más que vencedor(a)! ¡Todo lo puedo en Cristo! Y, por la
Sangre de Jesús, soy dichoso(a) para vivir una vida plena y abundante. Muchas
gracias, Señor Jesús. Gracias por esta Nueva Vida en Plenitud que ahora tengo
como Hijo(a) de Dios. Gracias por mi sanidad. Gracias por mi salud. Gracias por
mi prosperidad. Gracias por el Amor, la paz y el gozo que ahora disfruto. ¡Soy
libre de la ley del pecado y de la muerte! ¡Soy dichoso(a)! En el nombre de Jesús. Amén
Nota Importante:
¿Cómo me hago Hijo de Dios? ¿Cómo
establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la siguiente oración en
voz audible poniendo toda tu atención y corazón a lo que le estás diciendo a
Dios:
Señor Jesús, yo creo que eres el
Hijo de Dios. Que viniste a este mundo de la virgen María para pagar todos mis
pecados, y yo he sido un(a) pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí
acepto. ¡Sí acepto tu sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa
derramada hasta la última gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y te invito a
entrar porque quiero, Señor Jesús, que desde hoy y para siempre Tú seas mi
único y suficiente Salvador, mi Dios, mi Rey y mi Señor. Gracias, Dios
Poderoso, pues con esta simple oración y profesión de fe he pasado de muerte a
Vida, he sido trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido
de Nuevo! ¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más
estaré solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C.
Peredo Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Marzo
1 Mat
9.1-17 /
Lev 3-4 / Pro 20
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