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14 de Agosto
¡Sólo con Su Gracia!
Por Riqui Ricón*
!!Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No
escuchó la voz, ni recibió la corrección; no confió en Jehová, no se acercó a su Dios (Sof 3.1-2).
Aunque a veces nos cuesta trabajo comprenderlo, sobre todo después
de haber conocido y creído el Amor de Dios, la Biblia es muy clara en cuanto a
que existe una sentencia de parte de Dios sobre este mundo y sobre el ser
humano; una sentencia que sin lugar a dudas se va a cumplir.
Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: !!Jehová!
!!Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en
misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al
malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los
hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación (Ex 34.6-7).
Ciertamente Dios, tu Padre, es clemente, misericordioso y
perdonador, pero también es justo y de ningún modo
tendrá por inocente al malvado.
Pero eres terco y no
quieres cambiar, y así estás acumulando la ira de Dios. El castigo te llegará
el día en que Dios muestre toda su ira. Ese mismo día, Dios mostrará que juzga
correctamente y con justicia. Dios pagará a cada uno según lo que haya hecho.
Hay algunos que son constantes en hacer el bien. Buscan de Dios la grandeza, el
honor y una vida que no puede ser destruida. A ellos Dios les dará vida eterna.
Hay otros que son egoístas, se niegan a seguir la verdad y han decidido seguir
la injusticia. Dios los castigará con toda su ira. Castigará con grandes
sufrimientos a todos y cada uno de los que hacen lo malo, tanto a los judíos
como a los que no son judíos. Por el contrario, a todos los que hacen el bien
Dios les dará grandeza, honor y paz, sean judíos o no. Dios juzga a todos por
igual y sin favoritismos (Ro 2.5-11 PDT).
Así que, nos guste o no, hay un plazo y está establecido un tiempo
en que Dios juzgará con justo juicio a los seres humanos. Sin embargo, ni tú ni
yo tenemos nada que temer de ese día, pues de acuerdo a la Palabra de Dios, ese
día será también un día de alegría y de victoria, para todos aquellos que son
Hijos de Dios Nacidos de Nuevo por medio de Jesucristo.
Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el
primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y también el mar. Y vi la
ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde la presencia de
Dios, como una novia hermosamente vestida para su esposo. Oí una fuerte voz que
salía del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo!
Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él
les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni
llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más» (Apo 21.1-4 NTV).
¡Estas son muy buenas noticias! Mientras al sistema corrupto de
este mundo y a todos aquellos que insisten en la maldad les espera una terrible
condena, tu Padre celestial ha preparado para ti un cielo nuevo y una tierra nueva donde no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor.
No te escribo esto para que te alegres ni te entristezcas por el
horrendo destino que le espera a alguien que por causa de su obstinado corazón
persistió en rechazar a Dios; más bien te escribo esto para que adquieras
conciencia del inmenso Amor que Dios siente por ti, pues al final de cuentas,
tú no merecías ser librado(a) del castigo eterno.
El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo:
He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de
quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era
primero que yo (Jn 1.29-30).
¡Jesucristo es el Cordero de Dios que QUITÓ el pecado de tu Vida!
La sangre que Cristo derramó en su muerte pagó el rescate
para librarnos del pecado. Es decir, que Dios es tan generoso que perdona
nuestras faltas (Efe 1.7 PDT).
Con Su muerte, Jesús cumplió toda justicia pagando el justo
castigo que merecían todas tus transgresiones. Pero fue con Su resurrección que
venció a la muerte y pudo adoptarte como Hijo(a) Suyo(a) según el puro afecto de su voluntad (Efe 1.5) y hacerte partícipe de la Vida Eterna que es un
privilegio exclusivo de los Hijos de Dios.
ANTES USTEDES ESTABAN bajo la maldición de Dios,
condenados eternamente por sus delitos y pecados. Según la corriente de este
mundo, eran pecadores empedernidos, y como tales, obedecían los dictados de
Satanás, príncipe del imperio del aire, quien ahora mismo está operando en el
corazón de los que se rebelan contra el Señor. Nosotros mismos éramos así;
nuestras vidas expresaban la maldad que había en nosotros, y nos entregábamos a
las perversidades a que nuestras pasiones y malos pensamientos nos empujaban.
Era un mal de nacimiento, pues nacimos con una naturaleza perversa que nos
mantenía bajo la ira de Dios como a los demás. Pero Dios es tan rico en
misericordia y nos amó tanto que, aunque estábamos espiritualmente muertos a
causa de nuestros pecados, nos vivificó con Cristo —sólo por su
gracia infinitiva somos salvos—. Además, nos elevó con Cristo de la tumba a la gloria y nos hizo sentar
con El en los cielos. Ahora Dios puede,
en cualquier época, poner como ejemplo de su gracia infinita la obra que en su
bondad realizó en nosotros a través de Jesucristo. Es por su gracia mediante la fe en Cristo que
son ustedes salvos, y no por nada que hayan hecho. La salvación es un don de
Dios y no se obtiene haciendo el bien,
porque si así fuera tendríamos de qué gloriarnos. Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús
para realizar las buenas obras que de antemano dispuso que realizáramos. Nunca
olviden que antes eran paganos, y que los judíos los tenían por infieles e inmundos
(aunque tienen el corazón tan inmundo como el de ustedes, pues el valor de los
rituales y ceremonias que practican es externo). Recuerden que en aquellos días ustedes vivían
alejadísimos de Cristo, excluidos de la ciudadanía del pueblo de Dios, y no
habían recibido la promesa. Estaban perdidos, sin Dios y sin esperanza. Pero ahora pertenecen a Jesucristo; aunque
antes andaban alejados de Dios, la sangre de Jesucristo los acercó a El (Efe 2.1-13 BAD).
¡Y todo por Amor a ti!
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por él (Jn 3.16-17).
¡Dios te ama tanto que prefirió entregar a Su propio Hijo antes
que perderte a ti!
MIREN CUÁNTO NOS ama el Padre celestial que permite que
seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo mas maravilloso es que de veras lo somos!
Naturalmente, como la mayoría de la gente no conoce a Dios, no comprende por
qué lo somos (1 Jn 3.1 BAD).
Por este gran Amor, Dios mismo ahora te llama Su Hijo(a) y te ha
dado el don, el regalo, de la Vida Eterna. ¡Tú Vivirás por Siempre! Y esto es
algo que el mundo nada más NO puede comprender.
»Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti,
de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la
maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. Ama al
SEÑOR tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida, y por él
vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham,
Isaac y Jacob.» (Deu 30.19-20 NVI).
Dios lo planeó de esta forma. Él lo estableció así. Tanto las
palabras de maldición como la Bendición que encuentras en la Biblia, ambas son
Palabra de Dios y se van a cumplir al pie de la letra. Sin embargo, el anhelo,
la voluntad expresa de tu Padre siempre ha sido que tú vivas bajo La Bendición.
En ese día ya no hará falta que sean avergonzados, porque
dejarán de rebelarse contra mí. Quitaré al orgulloso y al arrogante de entre
ustedes; no habrá más altivez en mi monte santo. Quedarán sólo los sencillos y
los humildes porque son ellos quienes confían en el nombre del SEÑOR. Los del remanente de Israel no harán nada malo; nunca
mentirán ni se engañarán unos a otros. Comerán y dormirán seguros, sin que
nadie los atemorice». ¡Canta, oh hija de Sión; grita fuerte, oh Israel!
¡Alégrate y gózate con todo tu corazón, oh hija de Jerusalén! Pues el SEÑOR
quitará su mano de juicio y dispersará a los ejércitos de tus enemigos. ¡El SEÑOR mismo, el Rey de Israel, vivirá en medio de
ti! Por fin, se habrán terminado tus aflicciones y nunca jamás temerás el
desastre. En ese día, la proclama en Jerusalén será: «¡Ánimo Sión! ¡No temas!
Pues el SEÑOR tu Dios vive en medio de ti. Él es un poderoso salvador. Se
deleitará en ti con alegría. Con su amor calmará todos tus temores. Se gozará
por ti con cantos de alegría». «Reuniré a los que añoran los festivales
establecidos; nunca más serán avergonzados. Sin embargo, trataré con severidad
a quienes te oprimieron. Salvaré al débil y al indefenso; reuniré a los que
fueron expulsados. Daré gloria y renombre a los que fueron desterrados dondequiera
que hayan sido ridiculizados y avergonzados. En ese día los reuniré y los
traeré de regreso a casa. Les daré un buen nombre, un nombre distinguido entre
todas las naciones de la tierra, cuando, ante sus propios ojos, restauraré tu
bienestar. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado!» (Sof 3.11-20
NTV).
Como ya habrás notado, el secreto está en confiar en Dios.
Jehová de los ejércitos, Dichoso el hombre que en ti confía (Sal 84.12).
Confiar en Dios significa creerle a Dios; significa creer a Su
Palabra.
Así que, como puedes ver, la única forma de librarte del juicio de
Dios y del castigo eterno es amparándote bajo Su Amor y Su Gracia infinitos.
Oremos en voz audible:
Amado Padre celestial, en Verdad que es hermoso saberme tan
amado(a) por Ti, mi Dios. Gracias por tanto y tan grande Amor. Este día (y
todos los días de mi vida) lo quiero vivir bajo Tu Gracia infinita sabiéndome
perdonado(a) de todos mis pecados. Creo y recibo esta Nueva Vida que Tú,
Jesucristo, compraste para mí al morir y resucitar venciendo a la muerte. Yo
estoy en Cristo y soy una Nueva creatura, las cosas viejas pasaron y he aquí
que todas son hechas nuevas. Soy un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo y no
de una simiente que se pueda corromper, sino de la incorruptible semilla que es
Tu Palabra, Señor, que vive y permanece para siempre. Así, Tú has quitado el orgullo y la arrogancia de mi vida; ya no hay más altivez
de mi parte en Tu Presencia. Me has hecho sencillo(a) y humilde, y ahora confío plenamente en el nombre del SEÑOR.
Ya no haré nada malo; nunca mentiré ni engañaré a nadie más. Comeré y dormiré
seguro(a), sin que nadie me atemorice. ¡Hoy canto y grito fuertemente! ¡Me alegro
y me gozo con todo mi corazón! Pues Tú,
mi Padre, has quitado Tu mano de juicio y dispersarás a los ejércitos de mis
enemigos. ¡El SEÑOR mismo, el Rey de Israel, vive en medio de mí! Por fin,
se habrán terminado mis aflicciones y nunca jamás temeré el desastre. En este
día, yo proclamo: «¡Ánimo ________ (tu nombre aquí)! ¡No temas! Pues el SEÑOR mi
Dios vive en medio de mí. Tú, Jesús, eres un poderoso salvador y te deleitas en
mí con alegría. Con Tu amor calmas todos mis temores y te gozas por mí con
cantos de alegría. ¡Nunca más seré avergonzado(a)! Y aunque tratarás con
severidad a quienes me oprimieron, Tú, mi Dios, me salvarás. Me darás gloria y
renombre dondequiera que yo haya sido ridiculizado(a) y avergonzado(a). En este
día me reunirás y me traerás de regreso a casa, contigo Señor. Me darás un buen
nombre, un nombre distinguido entre todas las naciones de la tierra, cuando,
ante mis propios ojos, restaures mi bienestar. ¡Tú, el SEÑOR, lo has hablado y
decretado en Tu Palabra, la Biblia! Así que, soy
libre para recibir, por medio de la fe en Tu Palabra, el cumplimiento en mi
Vida de todas y cada una de Tus Promesas. Por lo tanto, amado Padre celestial,
todas y cada una de las Promesas que están en Tu Palabra son mías y para mí.
Hoy puedo orar a Ti con la certeza de que me escuchas y me respondes. Tengo
gozo y paz en mi corazón pues puedo pedir y recibir. Por lo tanto, en el nombre
poderoso de Cristo Jesús, declaró que soy sano(a) y libre de toda enfermedad o
dolencia; creo y recibo la voluntad expresa de mi Padre, Dios Todopoderoso,
para ser y vivir prosperado(a) en todas las cosas. Echo fuera de mi vida todo
pensamiento de temor y duda resistiendo todo engaño y mentira acerca de mí. Yo
soy lo que Tú, Dios Todopoderoso, dices en la Biblia que soy: Tu Hijo(a)
amado(a); especial tesoro de mi Padre; yo soy quien todo lo puedo en Cristo que
me fortalece y en todas las cosas, absolutamente en todas las cosas, soy más
que vencedor(a) por medio del Amor de Cristo Jesús, mi Rey, Señor y Salvador.
Amén.
Nota Importante:
¿Cómo me hago
Hijo de Dios? ¿Cómo establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la
siguiente oración en voz audible poniendo toda tu atención y corazón a lo que
le estás diciendo a Dios:
Señor Jesús, yo creo que eres el Hijo de Dios. Que viniste a este
mundo de la virgen María para pagar todos mis pecados, y yo he sido un(a)
pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí acepto. ¡Sí acepto tu
sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa derramada hasta la última
gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y te invito a entrar porque quiero,
Señor Jesús, que desde hoy y para siempre Tú seas mi único y suficiente
Salvador, mi Dios, mi Rey y mi Señor. Gracias, Dios Poderoso, pues con esta
simple oración y profesión de fe he pasado de muerte a Vida, he sido
trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido de Nuevo!
¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más estaré
solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C. Peredo Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Agosto
14 San
Juan 1.19-34 / 1 Crónicas 7-8 / Sofonías
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