11 de Agosto
¡Tú eres lo que declaras!
Por Riqui Ricón*
Aunque las higueras no florezcan y no haya uvas en las
vides, aunque se pierda la cosecha de oliva y los campos queden vacíos y no den
fruto, aunque los rebaños mueran en los campos y los establos estén vacíos,
¡aun así me alegraré en el SEÑOR! ¡Me gozaré en el Dios de mi salvación! ¡El
SEÑOR Soberano es mi fuerza! Él me da pie firme como al venado, capaz de pisar
sobre las alturas» (Hab 3.17-19a NTV).
Tener Fe significa tener certeza; significa estar plenamente
convencido(a) que Dios es real y que por lo tanto Su Palabra, la Biblia, es la
Verdad y se cumple y se cumplirá cabalmente (al pie de la letra), sin importar cuán
difícil o imposible parezca tu situación.
—¿Pero cómo podrá suceder esto? —le preguntó María al
ángel —. Soy virgen. El ángel le contestó: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti,
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el bebé que
nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios. Además, tu parienta Elisabet, ¡quedó embarazada en su vejez! Antes la
gente decía que ella era estéril, pero ha concebido un hijo y ya está en su
sexto mes de embarazo. Pues nada es imposible para Dios. María respondió: —Soy la sierva del Señor. Que se cumpla
todo lo que has dicho acerca de mí. Y el ángel la dejó (Luc 1.34-38 NTV).
Tener la certeza de la realidad de Dios y de la Verdad de Su
Palabra es muy diferente a tener una esperanza incierta de que Dios es real y que
Su Palabra es Verdad. Anidar en tu corazón ese “ojalá que sea cierto todo esto que me han enseñado” siempre te
dejará a merced de la duda y el temor.
Pero, eso sí, habéis de pedirla con fe [creyéndole a Dios creyendo Su Palabra], porque el que duda es semejante a las olas del mar, que
se agitan de acá para allá según el punto de donde sopla el viento. En efecto, las personas que dudan y nunca
llegan a tomar una decisión son inestables en todo lo que emprenden; y como
andan vacilantes y no piden con fe, tampoco pueden esperar respuesta del Señor (Sgo 1.7-8 CST).
Ya que la Fe es la certeza absoluta y el total convencimiento de
la fidelidad y del Amor de Dios, la primera obra o fruto de tu fe será siempre una
declaración llena de confianza:
Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya frutos en las
vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos;
aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el SEÑOR, ¡me
alegraré en Dios, mi libertador! El
SEÑOR omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me
hace caminar por las alturas (Hab 3.17-19a NVI).
No es de extrañar que el libro de Habacuc comienza con una queja
ante Dios, pues el profeta estaba viviendo en tiempos de mucho temor y
angustia: las diez tribus del pueblo de Israel que formaban el reino del norte
habían sido derrotadas, esclavizadas y dispersadas por los asirios; el
mismísimo imperio asirio estaba tambaleándose delante de Nabucodonosor y, como
si fuera poco, delante de sus ojos, Habacuc y el reino de Judá veían cumplirse
las profecías que auguraban la destrucción de la santa ciudad de Jerusalén (lo
cual sucedió antes de que transcurrieran veinte años desde que Habacuc escribió
su libro).
Así que, efectivamente, esos eran tiempos de mucho temor y
angustia. Fácilmente puedo imaginar que los pensamientos y las conversaciones
estaban cargados del miedo que imperaba: ¿Qué
sucederá con nosotros? ¿Moriremos? ¿Terminaré de esclavo(a)? ¿Qué pasará con
mis hijos? ¿Qué harán con mi esposa? ¿Los volveré a ver? ¿Cómo vamos a vivir?
¿Quién podrá ayudarme? ¿Dónde podré esconderme y que no me encuentren?
Etcétera, etcétera, etcétera.
Quizá tú estés enfrentando una situación parecida el día de hoy.
Quizá te encuentres en ese hoyo obscuro que es la angustia y la desesperación.
Quizá te sientas atrapado(a) en el fango cenagoso de la duda y el temor.
Entonces, como Habacuc, permite que el dulce bálsamo de la Palabra de Dios, tu
Padre, traiga libertad y consuelo a tu alma afligida:
Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Ti, mi Dios, Que has hecho
los cielos y la tierra. No darás mi pie
al resbaladero, Ni te dormirás, Tú el
que me guardas. He aquí, no se
adormecerá ni dormirá El que guarda a _______
(tu nombre Aquí). Jehová, Tú eres mi guardador; mi Dios, Tú eres mi sombra a mi mano derecha. Por
eso, El sol no te fatigará de día, Ni la
luna de noche. Amado Padre celestial, Tú me guardarás de todo mal; Tú guardarás
mi alma. Señor, Tú guardarás mi salida y mi entrada Desde ahora y para siempre (Sal 121 paráfrasis del autor).
¡Sacia tu sed! ¡Aclara tu garganta! Bebe del refrescante manantial
que es la Palabra de tu Dios y Padre, y permítele llenarte de Fe. Permítele
colmarte con la certeza de que pase lo que pase, suceda lo que suceda, Él no te
ha dejado ni te dejará.
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros,
¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Ro 8.31-32).
Pon tus ojos en el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús. Pon
tus esperanzas en tu Rey, Señor y Salvador, Jesucristo, y permítele llenarte con
Su Fe, para que produzca en ti esa declaración y esa actitud que tuvo Habacuc.
Que hoy se halle en ti la misma actitud que manifestaron Sadrac, Mesac y Abed
Nego delante de Nabucodonosor. Una actitud de Fe que fluye de la Gracia. Esa
certeza que mira aquello que no se ve y se sobrepone a las emociones y
sentimientos del momento para declarar que, a pesar de todo, Dios sigue siendo
Dios, tu Padre, y no serás avergonzado(a) de haber creído Su Palabra.
Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de
la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y
de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho?
Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno
de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos? Sadrac,
Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario
que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede
librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si
no, sepas, oh rey, que no
serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado (Dan 3.15-18).
Dios jamás ha deshonrado Su Palabra. Porque primero el cielo y la
tierra dejan de existir, antes que Él deje de cumplirte alguna de Sus Promesas.
Y daré por respuesta a mi avergonzador, Que en tu palabra he confiado (Sal 119.42).
Así que, en los momentos difíciles, pon mucha atención a las
palabras que salen por tu boca, pues El hombre [la mujer] bueno, del buen
tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre [la mujer] malo, del mal tesoro
de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca (Luc 6.45).
Esto no quiere decir que si tú alguna vez has hablado palabras de
duda, temor o fracaso, por eso tú seas un mal hombre o una mala mujer, porque,
en honor a la Verdad, tú eres exactamente la persona que Dios dice en Su
Palabra que ahora eres: ¡Un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo!
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de
Dios… Porque todo lo que es nacido de Dios vence al
mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que
cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Jn 5.1a,
4.5).
Entonces, has de la Biblia la norma máxima de tu existencia,
guardándola en tu corazón y en tu mente para que salga por tu boca. Haciendo
esto, la Fe de Jesucristo, la certeza absoluta, brotará en tu corazón y ningún
problema, enfermedad ni aflicción podrá robarte la paz y el gozo que produce el
confiar y creerle a tu Padre celestial.
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En
el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Jn 16.33).
¡Puedes confiar en Dios! ¡Jesús ya a vencido al mundo, y tú sabes
que sabes, que tu Padre celestial cumplirá Su Palabra de Honor!
Jehová de los ejércitos, Dichoso el hombre que en ti confía (Sal 84.12).
Sin importar cuales sean las circunstancias que hoy estés
enfrentando, puedes ser dichoso(a) echando tus cargas sobre el Señor y
confiando en Su Palabra. ¡Sostente viendo al Invisible!
Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino
que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo
lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te
saldrá bien (Jos 1.8).
Oremos en voz audible:
Amado Padre celestial, este día estoy dispuesto(a) a vivir una
vida de Fe. Estoy dispuesto(a) a poner toda mi confianza en Ti, mi Dios. Con Tu
ayuda, Espíritu Santo, no le voy a dar lugar a la duda ni al temor. Yo creo en
Tu Palabra, la Biblia, y sé que es la Verdad. Por lo tanto, resisto toda enfermedad, problema o aflicción
que intente imponerse en mi vida y no les permito hacer valer ningún supuesto
derecho que pretendan tener, y aunque aún no lo vea, yo soy sano(a), soy libre,
soy próspero(a) y soy dichoso(a) en el nombre de Jesús. Amado Rey, este día
quiero agradecerte tu Gran Amor por mí, que estando
yo muerto(a) en delitos y pecados, me diste vida juntamente con Cristo, por Tu
Gracia soy salvo(a). Gracias por darme esta Nueva Vida como un(a) legítimo(a)
Hijo(a) Tuyo(a). Gracias porque, a pesar de lo que
ahora digan y griten las circunstancias de mi vida, la Verdad es que yo soy la
persona que Tú, Padre, dices en Tu Palabra que soy: ¡Tu Hijo(a) Amado(a)! Gracias
porque esta mi Nueva Vida no es una Vida común y corriente. Por ti, Señor
Jesús, ahora puedo gozar la Vida Eterna de un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de
Nuevo. ¡Tengo Vida de Reino! ¡Tengo Vida de Poder! Por Ti, mi amado Jesús, he
Nacido de Nuevo y ahora Dios, el Todopoderoso, es Abba, Padre, mi Papá. En
cuanto a mis circunstancias, yo busco tu ayuda SEÑOR. Espero confiadamente que
Tú me salves, y con toda certeza sé que Tú, mi Dios, me oyes. Por lo tanto,
¡Enemigos míos (enfermedad, pobreza, tristeza o temor), no se regodeen de mí!
Pues aunque caiga, me levantaré otra vez. Aunque esté en oscuridad, el SEÑOR
será mi luz. Seré paciente porque Dios tomará mi caso en Sus manos y me hará
justicia. El SEÑOR es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El SEÑOR es la
fortaleza de mi vida; ¿de qué he de atemorizarme? Amado Padre celestial, ¿Dónde
hay otro Dios como tú, que perdona mi culpa y pasas por alto los pecados de Tu
preciado Hijo(a)? No seguirás enojado conmigo para siempre, porque tú te deleitas
en mostrar tu amor inagotable. Volverás a tener compasión de mí. ¡Aplastarás
mis pecados bajo tus pies y los arrojarás a las profundidades del océano! Me
mostrarás Tu fidelidad y Tu amor inagotable, como lo prometiste hace mucho
tiempo en Tu Palabra, la Biblia (Miq 7.18-20). Así que, Gracias por ser la Luz que ilumina mi Vida. Gracias por todas y cada una de Tus Promesas
que me has hecho. Leer de ellas en Tu Palabra, la Biblia, me hace conocer la
Verdad y la Verdad me hace libre. Lámpara es a mis pies Tu Palabra y Luz en mi
Camino. ¡Tengo entendimiento y resplandezco como el resplandor del firmamento!
Soy libre para recibir, por medio de la fe en Ti, Jesucristo, esta Nueva Vida.
Soy libre para recibir, por medio de la fe en Tu Palabra, esta identidad de
Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo, siendo renacido(a), no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece
para siempre. Soy libre para recibir, por medio de la fe en Tu Palabra, el
cumplimiento en mi Vida de todas y cada una de Tus Promesas. Por lo tanto,
amado Padre celestial, todas y cada una de las Promesas que están en Tu Palabra
son mías y para mí. Hoy puedo orar a Ti con la certeza de que me escuchas y me
respondes. Tengo gozo y paz en mi corazón pues puedo pedir y recibir. Por lo
tanto, en el nombre poderoso de Cristo Jesús, declaró que soy sano(a) y libre
de toda enfermedad o dolencia; creo y recibo la voluntad expresa de mi Padre,
Dios Todopoderoso, para ser y vivir prosperado(a) en todas las cosas. Echo
fuera de mi vida todo pensamiento de temor y duda resistiendo todo engaño y
mentira acerca de mí. Yo soy lo que la Biblia dice que soy. Un(a) Hijo(a)
amado(a) de Dios; especial tesoro de mi Padre; todo lo puedo en Cristo que me
fortalece y en todas las cosas, absolutamente todas las cosas, soy más que
vencedor(a) por medio del Amor de Cristo Jesús, mi Rey, Señor y Salvador. Señor
Jesús, hoy me alegro en el gozo y la paz que brindan el ser la persona que Tú
dices que soy. Amén.
Nota Importante:
¿Cómo me hago
Hijo de Dios? ¿Cómo establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la
siguiente oración en voz audible poniendo toda tu atención y corazón a lo que
le estás diciendo a Dios:
Señor Jesús, yo creo que eres el Hijo de Dios. Que viniste a este
mundo de la virgen María para pagar todos mis pecados, y yo he sido un(a)
pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí acepto. ¡Sí acepto tu
sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa derramada hasta la última
gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y te invito a entrar porque quiero,
Señor Jesús, que desde hoy y para siempre Tú seas mi único y suficiente
Salvador, mi Dios, mi Rey y mi Señor. Gracias, Dios Poderoso, pues con esta
simple oración y profesión de fe he pasado de muerte a Vida, he sido
trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido de Nuevo!
¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más estaré
solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C. Peredo Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Agosto 11 2 Corintios 12 / 1 Crónicas 1-2 / Habacuc 3
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