Miércoles 25 de
Julio de 2012.
¡Por el Nuevo Pacto en la Sangre
de Jesús!
Por Riqui Ricón*
De la misma manera, tomó la copa después de haber cenado y
dijo: "Esta copa es el nuevo pacto de Dios con vosotros, sellado con mi
sangre. Siempre que bebáis esta copa, hacedlo en memoria de mí"
(1 Co 11.25).
¿A qué se refiere Jesús
al establecer un Nuevo Pacto en Su Sangre?
Si tú puedes hoy dar
cabal respuesta a esta pregunta, te aseguro que tu vida nunca más será la
misma. Comenzarás a ser esa persona capaz, sana, poderosa y feliz que Dios ha
determinado que tú seas.
La Promesa del Nuevo
Pacto fue dada por Dios a través del ministerio del profeta Jeremías. Esto nos
ubica en el momento preciso en que, por haber abandonado a Dios, invalidando
así el Pacto con Él, el Señor comienza a dar cumplimiento a todas Sus Palabras
respecto a los transgresores. Palabras que durante tanto tiempo les fueron
habladas por los profetas: el Templo y la Santa ciudad de Jerusalén fueron
destruidos; el pueblo fue muerto por hambre, espada y enfermedad; los
sobrevivientes fueron hechos esclavos y dispersados a otras naciones. A tal
grado fueron avergonzados y confundidos que parecían más un pueblo maldito que
aquel que alguna vez fueron: el Pueblo Elegido de Dios.
Y oré a Jehová mi Dios e hice
confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas
el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido
iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado
de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que
en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres
y a todo el pueblo de la tierra. Tuya es, Señor, la justicia, y
nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de
Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos,
en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se
rebelaron contra ti. Oh Jehová, nuestra es la
confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros
padres; porque contra ti pecamos. (Dan 9.4-8).
Así, Dios no pudo más
sufrir la naturaleza caída y corrompida de Su propio pueblo, del pueblo que
había adquirido para Sí, mediante el
Antiguo Pacto.
La introducción para el
Nuevo Pacto fue profetizada por David
cuando éste comprendió, por revelación del Espíritu de Dios, que por más que se
arrepintiera y pidiera perdón, la expiación de pecados ofrecida en el Antiguo
Pacto, sólo cubría sus pecados momentáneamente, pero él seguiría siendo el
mismo hombre atado a la ley del pecado y de la muerte.
Fue entonces que clamó
a Dios para que Éste interviniera directamente en su persona para hacer de él
un hombre totalmente diferente al que hasta ese momento era:
Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y
espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti (Sal 51.10-13).
Un hombre o mujer
justificado(a) bajo la sangre del Antiguo Pacto, irremisiblemente volverá a
pecar.
La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los
que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios (Ro 8.7-8 NVI).
La antigua ley fue apenas una
sombra de los bienes prometidos, no la propia imagen de su realidad. Por eso, aun estando en vigor y aunque los
sacrificios se repetían año tras año, sin cesar, no podía alcanzarse la meta de
la salvación. De haberse "podido, con un solo sacrificio hubiera
sido suficiente: los fieles habrían quedado definitivamente purificados y habrían
dejado de sentirse culpables de pecado. Pero, al contrario, los sacrificios
anuales les recordaban sus pecados, los cuales no podía quitar la sangre de los
toros y de los machos cabríos (He 10.1-4 CST).
Un hombre o mujer
justificado(a) bajo la sangre del Antiguo Pacto, irremisiblemente volverá a
pecar y a colocarse así bajo la maldición del pecado que es la muerte.
Mas ahora que habéis sido
libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la
santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es
muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo
Jesús Señor nuestro (Ro 6.22-23).
Es por esto que está
declarado en la Escritura que el Nuevo Pacto es un mejor Pacto, establecido
sobre mejores promesas.
1.
A
diferencia del Antiguo Pacto, el Nuevo Pacto tiene una garantía. Lo más hermoso
de esto, es el hecho maravilloso que Jesucristo mismo, el primogénito de entre
los muertos, es quién garantiza el Nuevo Pacto.
Por tanto, Jesús es hecho
fiador de un mejor pacto (He 7.22).
2.
El
Nuevo Pacto es un Pacto perfecto.
Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo,
cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera
sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo (He 8.6-7).
3.
El
Nuevo Pacto es eterno y, por lo tanto, no se puede invalidar.
Porque
yo Jehová soy amante del derecho, aborrecedor del latrocinio para holocausto; por tanto, afirmaré en verdad su obra, y
haré con ellos pacto perpetuo. Y la descendencia de ellos será
conocida entre las naciones, y sus renuevos en medio de los pueblos; todos los que los vieren, reconocerán
que son linaje bendito de Jehová (Isa 61.8-9).
Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será
con ellos; y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi
santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a
ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo (Eze 37.26-27).
4.
Jesús
es también el sumo sacerdote del Nuevo Pacto.
Por lo
tanto, ya que en Jesús, el Hijo de
Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que
ha atravesado los cielos, aferrémonos a
la fe que profesamos. Porque
no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que ha sido
tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que
acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y
hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos (He 4.14-16 NVI).
5.
¡La
Garantía del Nuevo Pacto es el Espíritu Santo!
En él
también ustedes, cuando oyeron el
mensaje de la verdad, el evangelio que
les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron
marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta
que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios,* para
alabanza de su gloria (Efe 1.13-14
NVI).
Así como Jesucristo es
la pieza clave para nuestra redención, el Espíritu Santo lo es para nuestra
resurrección (Vida Nueva), como Hijos de Dios Nacidos de Nuevo.
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán
vivificados (1 Co
15.22).
¿Acaso no saben ustedes que todos
los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús, en realidad fuimos bautizados para participar
en su muerte? Por tanto, mediante el
bautismo fuimos sepultados con él en su muerte,
a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder*
del Padre, también nosotros llevemos una
vida nueva. En efecto, si hemos estado unidos con él en su
muerte, sin duda también estaremos
unidos con él en su resurrección. Sabemos que lo que antes éramos* fue
crucificado con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos
del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado. Ahora bien, si hemos muerto
con Cristo, confiamos que también
viviremos con él. Pues sabemos que Cristo, por haber sido levantado de entre los
muertos, ya no puede volver a
morir; la muerte ya no tiene dominio
sobre él. En cuanto a su muerte, murió
al pecado una vez y para siempre; en
cuanto a su vida, vive para Dios. De la misma manera, también ustedes considérense muertos al
pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús (Ro 6.3-11
NVI).
La Palabra de Dios es
bastante clara en cuanto que el propósito del sacrificio de Jesús va más allá
de la mera justificación y del perdón de pecados. Éstos, sólo son un requisito
para alcanzar el objetivo del Plan de Salvación: darte una Vida Nueva tal, que puedas
ser hecho(a) Hijo(a) de Dios y disfrutar de la Vida Eterna.
Esta Vida Nueva sólo
puede provenir del aliento de Dios, del espíritu de Vida en Cristo Jesús: el
Espíritu Santo.
Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive
en ustedes, el mismo que levantó a
Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio
de su Espíritu, que vive en ustedes (Ro 8-11 NVI).
Así que, Jesús se
responsabilizó de todos tus pecados pagando cada uno de ellos con Su propia
Vida. Él descendió al infierno y ahí recibió todo el castigo por tus pecados.
Por lo tanto, tú moriste ahí con Él y fuiste justificado(a).
Luego, el Espíritu
Santo levantó a Jesús de entre los muertos para hacer de Él el primer Hijo de
Dios Nacido de Nuevo. ¡Ya no es más el unigénito Hijo de Dios, sino el
primogénito entre muchos hermanos! (Ro 8.29).
Ahora, de la misma
forma, el Espíritu Santo, prometido con el Nuevo Pacto, ha hecho de ti un(a)
Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo.
Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que
ustedes, luego de
escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen
a tener parte en la naturaleza divina (2 P 1.4 NVI).
Todas y cada una de las
promesas hechas en la Biblia tienen su cumplimiento en la Sangre del Nuevo
Pacto. Fueron prometidas por Dios para que tú llegases a ser participante de Su
naturaleza divina.
Entonces María dijo al ángel:
¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser
que nacerá, será llamado Hijo de Dios (Luc 1.34-35).
Como en el caso de
Jesucristo, esta naturaleza divina (la de un(a) Hijo(a) de Dios, con Vida
Eterna), sólo puede ser impartida por el Espíritu Santo.
Es por todo esto que el
Espíritu Santo es la garantía del Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús.
Es por todo esto que el
Nuevo Pacto es un mejor Pacto, establecido sobre mejores promesas.
Es por todo esto que,
sin importar el problema, enfermedad o situación que hoy estés enfrentando, tú
has sido creado(a) de Nuevo como un(a) Hijo(a) de Dios y, por lo tanto, en
todas las cosas saldrás más que vencedor(a) por medio de Su Amor, pues tú todo
lo puedes en Cristo Jesús, quien te fortalece.
¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos
de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque
no lo ha reconocido a él (1 Jn 3.1 LPD).
Oremos en voz audible:
Amado Padre celestial, que
hermosa es la Vida Nueva que me has dado por medio de Tu Hijo. ¡La Vida Eterna!
¡Una Vida totalmente Nueva, plena y abundante! Gracias mi Dios, por el Nuevo
Pacto en la Sangre de Jesús. Jesucristo, Tú eres mi Rey, Señor y Salvador y
gracias a Ti, hoy, yo ________________ (pon tu nombre aquí), al igual que Tú, también
soy un(a) Hija(o) amada(o) de Nuestro Dios y Padre. Tengo Vida Eterna y la
puedo (y debo), vivir en plenitud y abundancia, pues además (como si fuera
poco), te tengo a Ti, Espíritu Santo como mi amigo y ayudador. Y aunque sé que
en el mundo tendré aflicciones, también me has dado Tu Palabra, la Biblia, para
que en Ti yo tenga paz, pues Tú has vencido al mundo y yo contigo. Gracias
Señor, pues esta identidad de Hija(o) me permite amar a mis semejantes como a
mí mismo(a). Por tanto, como un(a) Hijo(a) del Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús,
desecho el temor y la duda, me someto a Ti, Padre, a Tu Verdad y a Tu Palabra,
resisto al diablo, a sus engaños y mentiras y éste tiene que huir de mi vida. Ahora sé, que
sé, que en todas las cosas he de salir más que vencedor(a), pues todo lo puedo
en Cristo que me fortalece. ¡Ya he vencido al mundo! Pues mayor eres Tú,
Espíritu Santo, que estás en mí, y conmigo, que el que está en el mundo. Hoy
tomo mi identidad y con toda certeza y autoridad, resisto y hecho fuera de mi vida toda enfermedad, pobreza, tristeza,
depresión, soledad, temor y angustia. Cubro todo mi ser, espíritu, alma y
cuerpo, con la Sangre de Jesús y llamo y recibo toda la salud, amor, paz y gozo
que Tú, Jesucristo, compraste para mí al morir en la cruz. ¡Soy sano(a)! ¡Soy
libre! ¡Soy próspero(a)! ¡Soy feliz! ¡Soy un(a) Hija(o) de Dios Nacida(o) de
Nuevo! Gracias a Ti, Señor Jesús. Gracias a la Sangre del Nuevo Pacto. Amén.
*Ricardo
C. Peredo Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz estas lecturas diarias y al
final de un año habrás leído toda la Biblia.
Julio
25 1 Co 11.17-34 / 2 R 5
/ Abd
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