9 de Abril
¡Con la Promesa del Padre!
Por Riqui Ricón*
Y
estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual,
les dijo, oísteis de mí (Hch 1. 4).
Al meditar esta porción de la escritura puedo notar
que la mayoría de los cristianos están más familiarizados con el versículo 8,
donde Jesús te promete poder para ser testigo una vez que el Espíritu Santo
haya venido sobre ti. Sin embargo, desconocer el dónde, cómo y porqué de esta promesa te limita muchísimo en el uso
de este poder prometido y en tu efectividad como testigos de Dios.
¿Cuál es la promesa del Padre que Jesús les había
hablado? Ciertamente que se trata de Dios, el Espíritu Santo, pero, ¿cuándo fue
prometido y bajo qué circunstancias? La respuesta a estas preguntas está
íntimamente relacionada con una serie de preguntas que Jesús y Nicodemo
intercambiaron durante una conversación:
Había
un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los
judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que
has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú
haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar
por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió
Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de
la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.No te
maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El
viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene,
ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió
Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede
hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes
esto? (Jn 3. 1-10).
De acuerdo a Jesús, todo aquel que se llamase
maestro de Israel debería saber que el Espíritu Santo fue prometido por Dios como
parte principal del Nuevo Pacto donde, para que Él pueda realmente habitar
dentro de ti, es requisito indispensable que NAZCAS DE NUEVO. Esto es, tú
necesitas ser hecho(a) totalmente Nuevo(a) para que Dios, el Espíritu Santo,
pueda vivir en ti y contigo. ¡Dios no puede, de ninguna manera, compartir la
naturaleza caída del hombre de pecado!
El rey David, como profeta que fue, supo esto cuando,
después de haber pecado, comprendió que su condición humana tendría que ser
totalmente REGENERADA (vuelto a engendrar) para permanecer en comunión con Dios
y darle lugar al Espíritu Santo. Tanto su clamor de arrepentimiento como la
súplica de perdón, expresados en el Salmo 51, cambian drásticamente en el verso
10 cuando entendió esa necesidad de un cambio radical en su naturaleza. ¡Un
cambio que sólo Dios le podía otorgar!
Crea
en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme
el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente (Sal 51.
10-12).
Nicodemo debería haber sabido esto. No solamente la
promesa en Joel 2. 28 del derramamiento del Espíritu sobre toda carne, sino
también, y sobre todo, la necesidad apremiante de una renovación total de la
condición del hombre ya que éste está, por sí mismo, condenado eternamente,
pues no ha podido, no puede, ni podrá por sus obras y acciones, justificarse
delante de Dios.
«Aunque sé muy bien que esto es cierto, ¿cómo puede un
mortal justificarse ante Dios? Si uno quisiera disputar con él, de mil cosas no
podría responderle una sola. Profunda es su sabiduría, vasto su poder. ¿Quién
puede desafiarlo y salir bien librado? (Job 9.2-4 NVI).
Si alguien quisiera disputar con Dios, no podría
responder ni una de mil preguntas, pues en Verdad, ¿cómo puede un mortal
justificarse ante el Dios Eterno?
Oh
Jehová, oye mi oración, escucha mis ruegos; Respóndeme por tu verdad, por tu
justicia. Y no entres en juicio con tu siervo; Porque no se justificará
delante de ti ningún ser humano (Sal 143. 1-2).
Ningún
ser humano podrá justificarse delante de Dios. Cualquiera que entre a
juicio delante de Dios, sin lugar a dudas, saldrá culpable.
Por cuanto los designios de la
carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni
tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a
Dios (Ro 8. 7-8).
La
naturaleza humana no quiere, ni puede, sujetarse a la ley de Dios, por lo
tanto, el ser humano nunca podrá agradar a Dios.
Nicodemo había olvidado esto pero Jesús no. Está
establecido en la Palabra de Dios.
No obstante, por Amor a ti (y a todos los seres
humanos), Dios diseñó el plan más hermoso y perfecto que pueda existir para tu
redención (y la de todo el mundo): Primero se cumplió toda justicia al pagar el
precio de tus pecados con la vida de Su propio Hijo, Jesús; luego, por Su
Gracia, te perdonó todo, olvidándose de tus pecados; y por último, con su resurrección, venció a la
muerte para hacer de ti una nueva especie de ser que no existía antes: Él, Dios
mismo, por Su Palabra y con el Poder del Espíritu Santo, te hizo un(a) Hijo(a)
de Dios Nacido(a) de Nuevo.
Lo que Nicodemo y los maestros de su época estaban
olvidando fue la promesa del Nuevo Pacto hecha por Dios y plasmada en las
Escrituras muchos años atrás. Él era maestro de Israel y tenía la obligación de
saber esto.
He aquí que vienen días, dice
Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de
Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su
mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto,
aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el
pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová:
Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por
Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su
prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me
conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová;
porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jer 31.
31-34).
Aquí es
donde cabe hacer la pregunta de Nicodemo, ¿Cómo
puede hacerse esto? Para
escuchar la respuesta de Dios:
Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón
de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de
vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis
preceptos, y los pongáis por obra (Eze 36. 26-27).
La Palabra y el Plan de Dios para
tu vida no sólo son perfectos e infalibles, sino también asombrosos. En lugar
de pelear con todas tus fuerzas, en una lucha desigual contra tu vieja
naturaleza, para ser santo(a), justo(a) y perfecto(a); lo único que Dios espera
de ti es que creas. Que le creas a Él, quien te dice en Su Palabra, la Biblia, que
por medio de la muerte y resurrección de Su Hijo Jesús has entrado al Nuevo
Pacto, has sido justificado(a) y perdonado(a). Que creas que por medio de la FE
en Jesús, Dios te ha regenerado haciendo de ti una nueva especie de ser que no
existía antes: esto es, un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo.
Recuerda que sin fe es imposible agradar a
Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es
galardonador de los que le buscan (He 11.6).
Así que, ya no se trata de
esforzarte por agradar a Dios sino creerle a Su Palabra. Creer que Él tiene el
poder y el deseo de hacer de ti ese Hijo(a) de Dios, santo(a), justo(a),
perfecto(a), Nacido(a) de Nuevo, que la Biblia dice que ahora tú eres.
Creer que Dios te ama tanto que
prefirió entregar a Su propio Hijo antes que perderte a ti.
Porque de tal manera amó Dios
al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn 3.16).
Creer que,
por la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo, tú eres ese(a) Hijo(a) de
Dios Nacido(a) de Nuevo al que Jesús se refería y Nicodemo no comprendía.
siendo renacidos, no de
simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y
permanece para siempre (1 P 1.23).
Creer que
ahora tienes todo el derecho a ver y a entrar al reino de Dios, tu Padre.
¡Todo por Amor a ti! Ahora,
gracias a Jesucristo, no solamente eres santo(a), justo(a) y perfecto(a), sino
también tienes la Vida Eterna que sólo un(a) Hijo(a) de Dios puede tener. ¡Vas
a vivir para siempre! Y, como si fuera poco, como un sello a todo esto, el
Espíritu Santo, Dios mismo y en persona, está contigo, en ti y sobre de ti.
En él también vosotros,
habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y
habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las
arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para
alabanza de su gloria (Efe 1.13-14).
Así que, quizá Nicodemo no lo sabía, pero ahora tú
sí lo sabes: La promesa del Padre, con la cual se garantiza el cumplimiento del
Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús, es el Espíritu Santo. Al igual que a Jesús,
por la Palabra de Dios y el Poder del Espíritu Santo, tú naciste de Nuevo para
que goces de la Vida Eterna, que es una vida plena y abundante.
El
ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que
tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Jn 10.10).
Tenlo por cierto y no dudes más, sobre esta tierra
y dondequiera que vayas, es por el Nuevo Pacto en la Sangre de Jesús que puedes
entrar a poseer y a establecer el reino de Dios en tu vida.
Este día, por medio de la FE [creyéndole a Dios,
creyendo Su Palabra], acepta y recibe tu identidad como Hijo(a) de Dios Nacido(a)
de Nuevo y pon manos a la obra.
¡Es la Promesa del Padre!
Oremos en voz audible:
Amado Padre celestial, es tan asombroso Tu amor
para conmigo. Gracias por amarme tanto. Gracias porque a pesar de cómo yo había
sido Tú me justificaste y perdonaste. Gracias por crearme de nuevo y darme Tu
naturaleza, la naturaleza de un(a) Hijo(a) Tuyo(a). Gracias porque Tú, Espíritu
Santo, estás conmigo y nunca me dejarás. Hoy, mediante este Plan Tuyo que es el
Nuevo Pacto, sellado con la Sangre de Jesús, mi Dios, Rey y Salvador, declaro
mi victoria sobre la vieja naturaleza, sobre ese(a) viejo(a) hombre (mujer) que
yo ya no soy más. Creo en Tu Palabra, Dios. Creo que soy la persona que Tú
dices que soy: santo(a), justo(a) y perfecto(a), pues he sido regenerado(a)
conforme a Tu propósito en justicia y santidad a la verdad. Bendigo Tu Nombre,
oh Padre, y me declaro siempre en victoria. Libre de todo temor y duda para ser
sano(a), próspero(a) y muy feliz. Soy Hijo(a) de Reino, Hijo(a) de Pacto, Hijo(a)
de Dios. En el nombre poderoso de Cristo Jesús. Amén
Nota Importante:
¿Cómo me hago Hijo de Dios? ¿Cómo
establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la siguiente oración en
voz audible poniendo toda tu atención y corazón a lo que le estás diciendo a Dios:
Señor Jesús, yo creo que eres el
Hijo de Dios. Que viniste a este mundo de la virgen María para pagar todos mis
pecados, y yo he sido un(a) pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí
acepto. ¡Sí acepto tu sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa
derramada hasta la última gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y te invito a
entrar porque quiero, Señor Jesús, que desde hoy y para siempre Tú seas mi
único y suficiente Salvador, mi Dios, mi Rey y mi Señor. Gracias, Dios
Poderoso, pues con esta simple oración y profesión de fe he pasado de muerte a
Vida, he sido trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido
de Nuevo! ¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más
estaré solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C. Peredo
Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Abril
9 Hch
1 / Deu 11-12 /
Job 9
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