24 de Junio
¡Un Nuevo Tú!
Por Riqui Ricón*
Y llamando a sí a toda la
multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que
entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que
contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para
oír, oiga… Porque de dentro, del
corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las
maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la
insensatez. Todas estas maldades de dentro
salen, y contaminan al hombre (Mar 7.14-16, 21-23).
Jesús nos enseña aquí que la
clave para la salvación del hombre no está fuera de él sino dentro de él. Era en
tu corazón donde se encontraba el verdadero problema de tu existencia; era tu
yo más íntimo el que se encontraba totalmente corrompido por el pecado. Por lo
tanto, el verdadero efecto del sacrificio de Jesús tuvo necesariamente que
impactar esa naturaleza caída que tú antes tenías.
Y
percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a
maldecir la tierra por causa del hombre; porque
el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; ni volveré
más a destruir todo ser viviente, como he hecho. Mientras la tierra permanezca,
no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el
invierno, y el día y la noche (Gen 8.20).
Ya desde el tiempo de Noé, Dios
pone muy claro en Su Palabra que es a causa del pecado, que el ser humano tiene
un problema permanente en su corazón. Y dado que el intento
del corazón del hombre es malo desde su juventud, Dios prometió no volver a
maldecir la tierra por causa del hombre.
»El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente
perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es? Pero yo, el SEÑOR, investigo
todos los corazones y examino las intenciones secretas. A todos les doy la
debida recompensa, según lo merecen sus acciones» (Jer 17.9-10 NTV).
Entonces, de acuerdo a la Biblia,
que es la Palabra de Dios y no miente, por Amor a ti, Dios diseñó un Plan de
Redención, y para que éste realmente funcione tendrá forzosamente que resolver
el problema del corazón del hombre.
La solución que Dios dio a este
problema, es el prodigio más asombroso que te puedas imaginar, y el rey David ya
lo acariciaba mil años antes de Jesucristo.
Crea
en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu
salvación, Y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los
transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti (Sal
51.10-13).
El rey David cometió sendos
pecados de adulterio y asesinato; arrepentido volvió sus ojos y corazón hacia
Dios para comprender que el verdadero problema estaba dentro de él y no se
solucionaría con el mero perdón de sus pecados, pues una vez perdonado era
seguro que volvería a caer en las mismas o peores conductas.
La ley es buena. El problema no está en ella sino en mí, porque estoy
vendido en esclavitud al pecado, que es mi dueño. Yo no me entiendo a mí mismo,
porque quiero sinceramente hacer lo bueno, pero no puedo. Hago lo que no quiero
hacer, lo que aborrezco. Sé bien que no estoy actuando correctamente y la
conciencia me dice que las leyes que estoy quebrantando son buenas. Mas de nada
me sirve, porque no soy yo el que lo hace. Es el pecado que está dentro de mí,
que es más fuerte que yo, el que me hace cometer perversidades. Sé que en
cuanto a mi vieja y malvada naturaleza soy un hombre corrupto. Haga lo que
haga, no me puedo corregir. Lo deseo, pero no puedo. Cuando quiero hacer el
bien, no lo hago; y cuando trato de no hacer lo malo, lo hago de todos modos.
Entonces, si hago lo que no quiero hacer, está claro cuál es el problema: el
pecado tiene aún clavadas en mí sus perversas garras. Parece que la vida es
así, que cuando quiero hacer lo recto, inevitablemente hago lo malo. A mi nueva
naturaleza le encanta obedecer la voluntad de Dios, pero hay algo allá en lo
más profundo de mi ser, en mi baja naturaleza, que está en guerra contra mi
voluntad y gana las peleas y me lleva cautivo al pecado, que está todavía en
mí. Mi intención es ser un siervo de la voluntad de Dios, pero me hallo esclavo
del pecado. Así que ya ven: mi nueva vida me indica lo que es recto, pero a la
vieja naturaleza que está aún en mí le encanta el pecado. ¡Qué triste es el
estado en que me encuentro! ¿Quién me libertará de la esclavitud de esta mortal
naturaleza pecadora? ¡Gracias a Dios que Cristo lo ha logrado! ¡Jesús me
libertó! (Ro 7.14-25 BAD).
Así que, el rey David clamó para
que Dios lo cambiara totalmente dándole un nuevo corazón, regenerando su
espíritu y poniendo en él la Presencia de Su Santo Espíritu. Porque, sólo
entonces, dijo, cumpliré mi propósito y enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán
a ti.
¿De qué
trata todo esto? Trata de establecer con claridad y de acuerdo a la Palabra de
Dios, que el verdadero propósito de la muerte y resurrección de Jesucristo no
fue el perdón de tus pecados sino tu liberación definitiva de la esclavitud del
pecado.
Respondió Jesús y le dijo: De
cierto, de cierto te digo, que el que
no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios... Respondió
Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el
que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es... Respondió Nicodemo y le dijo:
¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes
esto? (Jn 3.3, 5-6, 9-10).
Es interesante notar el asombro
de Jesús ante Nicodemo quien era un maestro de Israel e ignoraba el Plan de
Redención por medio del Nuevo Nacimiento o Regeneración que Dios había propuesto
en las Escrituras.
Es como si Jesús le dijera a
Nicodemo: ¿Eres tu maestro de Israel y no sabes lo que dijo Jeremías y Ezequiel
respecto al Nacer de Nuevo?
He aquí que vienen días,
dice Jehová, en los cuales haré nuevo
pacto con la casa de Israel y con
la casa de Judá. No como el pacto que hice con
sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto,
aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de
aquellos días, dice Jehová: Daré mi
ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y
ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su
prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me
conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y
no me acordaré más de su pecado (Jer
31.31-34).
Esparciré
sobre vosotros agua limpia, y
seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os
limpiaré. Os
daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne
el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ez
36.25-27).
Este es el Plan de Amor al que
Dios llama en Su Palabra, el Nuevo Pacto. Mediante este Nuevo Pacto en la
Sangre de Jesús, Dios te asegura una vida totalmente Nueva. Él ha prometido dar
Su Ley en tu mente y escribirla en tu corazón; perdonar tu maldad y no
acordarse más de tus pecados; esparcir sobre ti agua limpia para limpiarte de
todas tus inmundicias; darte un corazón nuevo; hacer de ti un espíritu Nuevo y
darte Su Santo Espíritu. ¡Todo por Amor a ti!
Asimismo tomó también la copa,
después de haber cenado, diciendo: Esta
copa es el nuevo pacto en
mi sangre; haced esto todas las veces
que la bebiereis, en memoria de mí (1 Co 11.25).
Al recibir a Jesús como Señor y
Salvador de tu vida te sucedieron cuatro cosas asombrosas: Fuiste justificado(a),
perdonado(a), santificado(a) y Naciste de Nuevo como Hijo(a) de Dios.
De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios,
quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo (2 Co
5.17-18a).
¡Gracias al Nuevo Pacto has
Nacido de Nuevo y ahora eres llamado(a) Hijo(a) de Dios!
MIREN CUÁNTO NOS ama el Padre celestial que permite que seamos llamados
hijos de Dios. ¡Y lo mas maravilloso es que de veras lo somos! Naturalmente,
como la mayoría de la gente no conoce a Dios, no comprende por qué lo somos (1 Jn 3.1 BAD).
¡Y lo más maravilloso es que en
Verdad tú eres un(a) Hijo(a) de Dios Nacido(a) de Nuevo!
Y estando juntos, les mandó
que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre,
la cual, les dijo, oísteis de
mí. Porque Juan ciertamente
bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados
con el Espíritu Santo dentro de no muchos días (Hch
1.4-5).
Esta es la Promesa del Padre: ¡El
Espíritu Santo en ti y contigo!
Puesto que el Espíritu Santo es
Dios mismo, Él no podría cumplir Su Promesa de estar en ti y contigo si tu
siguieras siendo el (la) mismo(a) hombre (mujer) pecador(a). Era necesario que
Jesucristo muriera pagando todos tus pecados para así establecerte en justicia,
sin embargo, era indispensable que Él resucitara venciendo al pecado y a la
muerte para dotarte de la Nueva Naturaleza de un(a) legítimo(a) Hijo(a) de
Dios.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque
no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por él (Jn 3.16-17).
¡Dios te ama tanto que prefirió
entregar a Su propio Hijo antes que perderte a ti! La muerte y resurrección de
Jesucristo representan el Plan Perfecto de Dios para hacer de ti un(a) Hijo(a)
Suyo(a) y poder así darte la Vida Eterna, que es la Vida que solamente los Hijos
de Dios pueden disfrutar.
El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido
para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Jn 10.10).
Entonces, de acuerdo a la Eterna,
Inmutable e Infalible Palabra de Dios, tú ya no tienes ningún problema en tu
corazón. El pecado ya no debe ser un problema en tu vida, pues has sido
creado(a) de Nuevo y compartes la misma Identidad y Naturaleza que Jesucristo,
el Hijo de Dios.
Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser
transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre
muchos hermanos (Ro 8.29).
Ahora, tú has sido
transformado(a) según la misma imagen de Jesús y Él es el primero de muchos
hermanos, entre los cuales estás tú.
En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos
confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este
mundo (1 Jn
4.17).
Tú eres exactamente igual a
Cristo Jesús. Así lo dice Dios en Su Palabra. Por lo tanto, no hay forma en que
puedas perder.
Si puedes creer la Palabra de
Dios, al que le cree a Dios todo le es posible.
Oremos en voz audible:
Amado Padre celestial, hoy sólo
puedo decirte gracias. Gracias, Señor Jesús, por lo que hiciste por mí en la
cruz. Ahora entiendo el alcance de Tu muerte y resurrección como parte del
Nuevo Pacto que me ha otorgado justificación, perdón, santidad y una Vida
totalmente Nueva como Hijo(a) del Rey. Lo creo, lo acepto, lo recibo y me
determino, con Tu ayuda, amado Espíritu Santo, a vivir como tal, en justicia y
santidad de la Verdad. No daré lugar en mi vida al temor, ni a la duda, ni a la
enfermedad o pobreza, ni a ninguna otra cosa que sea parte de la maldición y de
la vieja naturaleza, pues yo no soy más esa persona. Soy un(a) Hijo(a) de Dios
Nacido(a) de Nuevo y no de simiente corruptible sino de la incorruptible
semilla que es Tu Palabra. Abba, Padre, te doy gracias porque mis pecados,
fracasos y errores ya no son más asunto del diablo, sino que, desechando toda
condenación de mi vida, vengo confiado(a) ante Ti, mi Padre, para confesarte
mis pecados porque fiel y justo eres Tú para perdonar mis pecados y limpiarme
de toda maldad. ¡Gracias Dios! Ahora, pues, ninguna condenación hay para mí pues yo
estoy en Cristo Jesús y no ando conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del
pecado y de la muerte. Por esto,
hoy puedo declarar con toda seguridad que yo, __________ (tu nombre aquí), Soy
más que vencedor(a), todo lo puedo, he Nacido de Nuevo y, contigo Jesús, ya he
triunfado sobre el pecado. ¡Soy sano(a)! ¡Soy libre! ¡Soy próspero(a)! ¡Soy
dichoso(a)! Así que, puedo con toda certeza tener una hermosísima relación
Padre-Hijo(a) contigo, mi Dios. En el nombre de Jesús. Amén.
Nota Importante:
¿Cómo me hago Hijo de Dios? ¿Cómo
establezco una relación con el Todopoderoso?
Sólo haz la siguiente oración en
voz audible poniendo toda tu atención y corazón a lo que le estás diciendo a
Dios:
Señor Jesús, yo creo que eres el
Hijo de Dios. Que viniste a este mundo de la virgen María para pagar todos mis
pecados, y yo he sido un(a) pecador(a). Por eso, te digo el día de hoy que sí
acepto. ¡Sí acepto tu sacrificio en la cruz! ¡Sí acepto Tu Sangre preciosa
derramada hasta la última gota por Amor a mí! Te abro mi corazón y te invito a
entrar porque quiero, Señor Jesús, que desde hoy y para siempre Tú seas mi
único y suficiente Salvador, mi Dios, mi Rey y mi Señor. Gracias, Dios
Poderoso, pues con esta simple oración y profesión de fe he pasado de muerte a
Vida, he sido trasladado(a) de las tinieblas a Tu Luz admirable. ¡Hoy he Nacido
de Nuevo! ¡Dios, ahora yo Soy Tu Hijo(a)! ¡Ahora Tú eres mi Padre! ¡Nunca más
estaré solo(a)! Nunca más viviré derrotado(a). En el nombre de Jesús. Amén.
*Ricardo C. Peredo
Jaime © 2011
Lectura
y Meditación de la Palabra de Dios
Haz
estas lecturas diarias y al final de un año habrás leído toda la Biblia.
Junio
24 Mar 7.1-23
/
2 Sam 17 / Dan 11.1-19
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué piensas al respecto?